miércoles, 25 de enero de 2012

Números Fosforescentes

   ¿Fue cierto, fue un sueño?  La verdad es que el recuerdo tan vívido... tan físico de ciertos detalles extraños de una noche de verano permanecen en mi memoria, enquistados. La verdad también es que durante muchos años dichos recuerdos, esos sólidos recuerdos, fueron un quebradero de cabeza para mí y fuente de muchas preguntas y angustias. Otros eventos, no de la misma magnitud pero supongo que relacionados a esta experiencia, se sucederían a lo largo de los años que viví en La Molina. Pero de ellos la verdad es que ninguno fue tan impresionante (excepto uno, pero en otro nivel) como el que creo que viví esa noche.



  
NÚMEROS FOSFORESCENTES










Despertó sin razón alguna.
El plácido sueño en el que se hallaba, volando sobre un mar de ciudades de cristal que flotaban sobre azules y transparentes aguas, fue cortado de súbito y abrió los ojos.
La habitación tenía una débil iluminación, la luz del exterior apenas se filtraba a través de la gruesa cortina. Se dio la vuelta y puso la cara en el medio de la mullida almohada, hundiéndola en un agradable aunque sofocante pocillo. Pero era inútil. Nueve años de vida le habían enseñado que si no tienes sueño no tienes sueño y punto.
Miró el reloj con números fosforescentes que estaba en su mesa de noche.
-¡Dos y veintiuno!
Se tapó la boca al instante. No quería despertar a su hermano que dormía en el mismo cuarto.
¡Dos y veintiuno, menuda hora!
Estaba de vacaciones, podía levantarse tarde, podía dormir hasta la hora que le diera la gana... pero no, justo tenía que despertarse de madrugada. Reparó en su estado de conciencia. Tenía la mente despejada por completo. Y sus ojos estaban más que abiertos y alertas. En realidad estaba tan despierto como si hubiesen pasado unas cuantas horas después de despertar de un merecido descanso.
Escuchó una sirena.
“Qué raro...”
Se la oía a lo lejos, por la avenida, como si se acercara. Pensó que era un camión de bomberos y que había tenido suerte al despertarse. Él quería ser bombero de grande. Se paró tratando de no hacer ruido y fue hacia la cortina, asomando su cabeza por el medio de esta. La noche estaba despejada, veía muchas estrellas, el jardín estaba tranquilo y la avenida absolutamente desierta.
“¿Dónde será el incendio?”
La sirena se escuchaba pero todavía no se veía el camión.
“Ya debería estar aquí.”
El sonido aumentaba en intensidad, pero lentamente, como si el vehículo avanzara a una velocidad muy baja. Era una sirena rara, ni siquiera era una sirena, era un ulular casi metálico, un sonido extraño que crecía de a pocos. Su espacio de visión no le permitía ver mucho, con las justas podría ver al camión pasar frente a su casa.
“¿Por qué va tan lento?”
¿Y si el incendio era cerca? No, vería el resplandor en alguna parte. Le dio la impresión que el camión de bomberos se había detenido pues la sirena (...una sirena rara... un sonido extraño...) se escuchaba igual desde hacía un rato.
El sonido se apagó.
Esperó un rato.
No pasó nada.
Se aburrió, dio media vuelta y se fue a su cama, vio la hora, dos treinta y dos, levantó la sábana...
Un resplandor de luz inundó su cuarto.
El ulular metálico se volvió a escuchar.
El sonido de la sirena, muy fuerte ahora, extremadamente fuerte, parecía estar fuera y frente al cuarto.
Supo que ese sonido era algo que se encontraba muy cerca.
Otro resplandor luminoso destelló en la habitación. Y esta vez el estómago se le encogió y se le congeló pues no pudo determinar si esa la luz vino del exterior o si se produjo dentro del dormitorio.
“…dentro…
El ulular metálico dejó de sonar.
Se volvió hacia la cortina, muy despacio.
Su hermano seguía durmiendo.
Quiso hablarle. Las palabras no salieron de su boca. En realidad no sabía ni qué decir. Ya estaba asustado, sus manos empezaron  a temblar, aunque él no se dio cuenta. Supo que algo muy fuera de lo común pasaba, que algo estaba afuera.
Percibió sensaciones extrañas.
Caminó hacia la cama de su hermano sin dejar de vigilar la cortina. Las piernas no lo sostenían muy bien, pero de esto tampoco se dio cuenta. Y todo, de un segundo a otro, se puso muy oscuro. Antes de llegar a la cama de su hermano se detuvo pues no podía ver absolutamente nada. Y, sin embargo, se sintió extrañamente tranquilo, como si...
Una luz azulada vino del exterior y comenzó a iluminar la habitación, lentamente, creciendo, proyectándose con más intensidad en los bordes de la cortina. Parecía de día, pero aún de día, aún al mediodía, con las gruesas cortinas cerradas el cuarto permanecía en estado de media iluminación. Esa luz, sea lo que fuere, era una luz más potente que la luz del Sol.
Corrió hacia la cama de su hermano y lo tocó. No reaccionó. Lo movió. No despertaba. Trató de hablarle pero fue imposible, tenía la boca y la garganta secas, tomó a su hermano por los hombros, sacudiéndolo casi con violencia.
Sintió una vibración.
Fue como si una onda de algo lo hubiese tocado, como si una pared invisible y gaseosa se hubiera deslizado por la habitación y hubiera pasado a través de él. La luz se apagó y se volvió a encender, disminuyendo lentamente en intensidad.
Una nueva vibración. Esta vez sintió un pequeño choque eléctrico.
La luz se apagó por completo.
A pesar del miedo visceral que ahora lo poseía se aproximó a la cortina. La abrió con precaución y asomó el rostro.
Nada.
No había nada, sólo un jardín vacío...
El repentino destello lo cegó, los ojos le dolieron y ardieron, otra vibración le erizó los pelos y una punción en algún recóndito lugar del cerebro hizo que se llevara las manos a la cabeza. Era demasiado para él. Comenzó a llorar.
Iba a salir del cuarto, iría donde sus padres, abrió la puerta. Quedó paralizado y la mandíbula se le desencajó, queando colgada.
La casa entera estaba iluminada por esa extraña luz. Todo se veía aún más claro que de día.
El cuarto de sus padres estaba a tan sólo tres metros de distancia.
Corrió y la luz se apagó, la oscuridad se hizo total, se quedó inmóvil.
Sintió náuseas.
Una luminosidad rojiza envolvió las ventanas y las puertas. La luz se filtraba por todos los resquicios del pasillo, parecía querer entrar.
Escuchó el girar del picaporte de una puerta.
¿Qué puerta?
Escuchó abrirse esa puerta.
El miedo lo clavó en el suelo. Sonidos metálicos venían de la cocina. La puerta de hierro de acceso al área de los dormitorios comenzó a vibrar produciendo un sonido insoportable. Un haz de luz roja, una luz rojiza casi concreta que salía del techo, avanzaba por el pasillo, con lentitud, haciendo que todo cambiase de color y de forma.
En ese momento vio la sombra.
Y la sombra avanzó hacia él.
Se metió en su cuarto, cerró la puerta con llave y entró de un salto en la cama, cubriéndose por completo. Pero la maldita curiosidad pudo más y descubrió sus ojos.
La luz rojiza comenzó a entrar al cuarto, filtrándose por los bordes de la puerta, los cuales parecieron arder, y reptó después por todas las superficies que tocaba.
Quería llamar a gritos a su padre, gritarle para que lo salvase.
Un desagradable chirrido precedió al sonido de la puerta de su cuarto al abrirse.
Y vio unas sombras muy oscuras dibujadas frente a un todo de color rojo.
No pudo más y se tapó con todo lo que pudo, se enroscó como una oruga y se hundió lo más que pudo en la cama. Sus ojos, aún abiertos, podían ver que el interior de su apresurado ovillo de protección estaba inundado de esa luz roja.
Entonces supo con absoluta certeza que las sombras habían entrado. Y que estaban alrededor de él.
Cerró los ojos y gritó.
Después los abrió.
Solo vio negrura. Se deshizo de la cobertura que rodeaba su cuerpo.
El cuarto estaba  como siempre en la noche, a oscuras.
Se deslizó hacia el suelo, muy despacio...
Su hermano roncaba. Salió de la habitación y fue al dormitorio de sus padres. Ambos estaban abrazados y durmiendo con tranquilidad...
“¿Qué... estoy haciendo aquí?”
Algo había pasado, algo grave, tenía que decírselos... ¿Por una pesadilla? Era una tontería. Una profunda somnolencia lo invadió. Regresó a su cama y se quitó los zapatos.
“¿Qué hago yo con los zapatos...?”
Tenía mucho sueño, no quería pensar. Quería dormir y soñar, no tener pesadillas sino sueños de aventuras y de vuelos, de esos que tanto le gustaban. Quería soñar que volaba.
Se abrochó los botones de la camisa del pijama...
“¡...!”
...durmiendo luego, soñando después.
Y no se dio cuenta que las números fosforescentes del reloj que estaba en su mesa de noche marcaban las cinco y veintidos de la madrugada. 


FalcvS