viernes, 11 de enero de 2013


 Mariella...  
 Un avance de un proyecto que he retomado y que me estuvo sacando más canas de lo normal. Lo empecé como un cuento basado en una leyenda urbana y ha acabado convirtiéndose en en un tren sin control corriendo sobre vías oxidadas y en tiempos duales.  Este es un extracto alternativo de un texto (aún sin finalizar) que ya está ocupando más espacio del que soy capaz de manejar. ¡ Rey, ayúdame !
   Si todo va bien espero poder tenerlo listo... antes de fin de año. Bueno, debo reconocer mis propias limitaciones. Espero que este prototipo de texto final les cause alguna incomodidad  :)
   Como en todas las publicaciones de aquí cliqueen la "portada" que está debajo.




"Ya su prometida había cerrado las puertas del comedor, ya la sangre le estaba volviendo de nuevo a la cara, ya las fuerzas desaparecidas por la manifestación del espanto en esa mañana de pesadilla regresaban a sus músculos, ya se sentía nuevamente capaz de enfrentar la sombría situación que tenía frente a sí después del golpe que le propinara al desdichado de su sobrino, ya los demás hombres que quedaban conscientes en el comedor, envalentonados por el accionar del viejo hombre de mar, cobraban ánimos y se erguían para hacer fuerza común contra el poseso y lo rodearon ya no dispuestos a sujetarlo por su propio bien sino decididos a enfrentar a golpes a la cosa en que se había trasmutado el muchacho por el bien de ellos mismos. Jonás levantó los puños, otros hicieron lo mismo, unos esgrimieron sus bastones, unos anudaron sus cinturones a los puños, unos enarbolaron piezas de menaje, y uno  de ellos, el hermano menor del capitán, Mariano Zebri, sacó un arma de una cartuchera que llevaba oculta en el sobaco; pero como el buen Mariano era un hombre de paz y como siempre había estado en contra de la violencia y como siempre se había dedicado sólo a los negocios de la Hacienda Magdalena y aunque llevaba el arma por consideraciones de salvaguardia contra los facinerosos la verdad era que nunca jamás había disparado el arma pues nunca jamás habíase empeñado en aprender a disparar el mortal artilugio lo que hizo fue llamar a su hermano mayor y arrojarle el arma por los aires. Jonás atrapó con habilidosa precisión el revólver, un magnífico McFester ‘77 de cuerpo plateado, largo cañón y tambor para siete balas de siete milímetros y medio, el más mortífero ingenio de matar que se había inventado hasta el momento que las manos de un hombre podían sostener y que de inmediato hizo que el ex marinero de la Corona se preguntase por qué su hermano había adquirido ese mortal artefacto y, lo más intrigante, cómo y dónde lo había obtenido pues ese modelo recién había salido al mercado internacional un mes atrás y sólo para ser vendido a las instituciones militares de cualquier nación interesada en equipar a sus oficiales con tremenda maravilla asesina, pero las fugaces preguntas se disolvieron con mayor fugacidad ya que eso no importaba para nada pues ahora sostenía con la diestra algo con la contundencia suficiente como para zanjar cualquier amenaza, viniese de donde viniese, así que apuntó el soberbio revólver hacia lo que, esperaba, seguía siendo su sobrino Santiago, que yacía en el suelo embadurnado de la sustancia negra que persistía su grotesco destilado desde todos los ingénitos orificios del infeliz. Al ver a su pariente en tan deplorable estado y conmovido hasta lo profundo al tomar conciencia de que lo que estaba tirado frente a él era el último hijo de su hermana Ariana, el viejo hombre de mar sintió una insondable compasión. Los demás hombres se acercaron con cautela y con posiciones defensivas y rodearon al muchacho caído, cuyo cuerpo se estaba rodeando de un charco negro que crecía con lentitud. Jonás le dijo a su sobrino “No te muevas, por favor no lo hagas, estás muy mal, Santiaguito, quédate allí hasta que venga el doctor Cervante, hijo, quédate allí por favor que necesitas la atención de la medicina”, aunque se le ocurrió que lo mejor sería ir a buscar al padre Venancio, el confesor de Santiago, para proceder a un exorcismo inmediato. Después de las palabras del capitán el muchacho levantó la cabeza, miró a su tío con esos ojos ennegrecidos, y le sonrió abriendo mucho los labios, enseñando los negruzcos y muy apretados dientes, borboteando más materia bituminosa, provocando en todos los que allí estaban un escalofrío de tales proporciones que todos pensaron que la temperatura de la estancia había bajado de brusca y repentina manera. Pero cuando sus cuerpos dejaron de temblar siguieron sintiendo las pieles heladas. Y es que no fue tanto que sus organismos sufriesen un repentino enfriamiento causado por la horrorosa expresión de esa faz irreconocible, era en verdad que se había producido en el comedor un extraño congelamiento ambiental. Y de eso todos estábanse dando cuenta cuando de repente escucharon un estrepitoso golpe a sus espaldas y vieron algo que primero les cortó la respiración y después los llenó de incredulidad y es que allí, ante las puertas cerradas del comedor, había un extraño animal, robusto y de más de dos metros de altura, erguido sobre dos rechonchas patas, el cuerpo todo cubierto de un grueso pelaje gris oscuro y de cuya enorme cabeza solo pudieron ver la parte de atrás pues la criatura estaba de espaldas a ellos y que más tarde todos coincidirían en decir que era una bestia que se parecía a un oso de las montañas pero que no era exactamente un oso primero porque los osos de las montañas son de pelo negro y segundo porque el singular espécimen ostentaba dos cosas que ningún oso del mundo conocido tiene y que eran primero una cola larga y gruesa y segundo una extraña y pequeña cornamenta puntiaguda que parecía estar a la altura de los mofletes. Sin hacer caso ya de Santiago todos quedaron petrificados ante el nuevo portento que se había manifestado en el interior del comedor de la casa hacienda y vieron que el animal levantaba sus macizos brazos y los estrellaba con violencia contra las puertas y estas vibraron acompañadas de un extraño chasqueo metálico y todas las miradas se dirigieron hacia Jonás quien recuperado ya del desconcierto producido por la aparición del insólito ser apuntaba el cañón del McFester a la cabeza del mismo. El animal levantó otra vez los brazos, y el capitán amartilló el revólver, y el animal golpeó otra vez y con más fuerza que antes las puertas, y todos notaron que las bisagras se aflojaban, y entonces Jonás Zebri apretó el gatillo pero el percutor no golpeó el casquillo, el percutor se quedó en donde estaba, y el capitán volvió a apretar el gatillo y el percutor volvió a quedarse en su sitio, y el animal embistió con todo su cuerpo y con violenta brutalidad contra las puertas y las bisagras se desmembraron en pedazos y las gruesas hojas de madera cayeron hacia fuera estrellándose contra el piso y al tiempo que la desconocida bestia alzaba los brazos todos escucharon el lastimero y horrorizado grito de una mujer, grito que Jonás identificó de inmediato pues aunque en ninguna ocasión había escuchado gritar a su amada Elena su corazón le dijo que ella había sido la que había proferido el suplicante alarido, así que volvió a apretar el gatillo pero por tercera vez el revólver se negó a disparar y presa de la impotencia arrojó el bruñido McFester contra la espalda del animal, ante la mirada avergonzada de su hermano Mariano el cual se preguntó por qué tonteras había gastado tanto dineral en un cacharro que no servía de nada y que se promocionaba como la última maravilla del mundo moderno y civilizado. Mientras estas cosas habían estado sucediéndose nadie había estado pendiente del cuerpo de Santiago. El muchacho poco a poco habíase erguido hasta ponerse de pie, mirando la espalda de la criatura materializada frente a las puertas y riendo para sus adentros pues ni bien vio al animal, antes que todos los que le habían rodeado, supo, sí, lo supo de verdad, supo que esa bestia extraña estaba allí para prestarle ayuda, sí, para eso, para auxiliarlo en su búsqueda del amor tan largamente merecido, tan largamente buscado, tan largamente esperado, y la aturdida mentalidad de Santiago Zebri se regocijó cuando esto él comprendió y entonces escuchó también una voz, una dulce y hermosa voz en su cabeza, la voz de un ángel de los Cielos Celestiales, y la voz le dijo “Hijo mío, escúchame, estoy aquí para ayudarte a que te unas a esa mujer tan hermosa, merecedora únicamente de tu propia belleza juvenil y de tu magnífica y enhiesta prominencia, pero para lograr que esta radiante unión sea una realidad debes, primero, asesinar a la bastardita de mierda, al fruto de la violación de la pureza virginal de tu Elena, a la maldita hija de tu tío Jonás, y si quieres, si te place, si así lo deseas, hijo mío, asesina también al decrépito violador, ya que el muy hijo de puta va a querer venganza por la muerte de su bastardita de mierda, y de paso, Santiago Zebri, hijo de Ariana Zebri, hija del malnacidoparidoporelanodeunacerda Olen Zebri, el engañador de pueblos, el estafador de gentes, el abusador de las leyes, el mentiroso que vino de más allá de los mares, el ladrón de tierras, de paso, Santiaguito, hijo mío, de paso, ¿por qué no exterminas a cuanto Zebri se te cruce en tu camino?, porque, ¿sabes hijo mío?, creo que todos ellos están buscando arrancarte los favores de la carne que la primorosa Elena debe ofrecerte sólo a ti, ¿no es así, muchachito de mi corazón?” y del ennegrecido muchacho se borró toda sonrisa de su rostro oscurecido y la cólera se apoderó de él al ser conocedor de estas palabras y justo cuando Jonás arrojaba el revólver al animal y mientras proseguía el desesperado grito de Elena Ferel aquello en lo que se había transformado Santiago pegó un vertiginoso salto de inhumanas y fantásticas proporciones elevándose sobre las cabezas de sus demás parientes y pescando en el aire el McFester ’77 para a continuación dirigirse directamente hacia la espalda del animal y cuando todos los hombres advirtieron la repentina aparición de Santiago por los aires y cuando auguraron una colisión inminente del joven contra el enorme ser quedaron más confundidos que nunca al ver que el muchacho caía de pie en perfecto equilibrio allí donde primero estaba y después ya no estaba la bestia pues la misma desvaneciose en misteriosa manera sin dejar más rastro de su segura presencia anterior que las puertas yacientes en el piso y al mismo tiempo el alarido estremecedor de Elena Ferel se ahogó. Todos vieron que Santiago, revólver en mano, ladeó la cabeza, después se la enderezó y la volteó a la izquierda, lanzó un corto aullido, se volvió hacia el interior del comedor, levantó el arma, apuntó en dirección al pecho de su tío Jonás, apretó el gatillo y entonces, por fin, el inigualable McFester ’77 escupió el fuego mortal desde su lago cañón y un estruendo ensordecedor inundó la atmósfera del comedor de la casa hacienda.

El grito espantado de Elena Ferel se debió a lo que sus ojos tuvieron la desventura de ver después de que las puertas del comedor colapsaran y cayeran al piso. Y es que ahí se erguía una bestia que la asustada mujer habría tomado por un gran oso, de inexplicable presencia por supuesto, de no ser por el espanto que el ser tenía en la cabeza pues en vez de la engañosa fisonomía bonachona de un úrsido la parte delantera de la cabeza de la criatura ostentaba una imposibilidad ya que sobresaliendo del grueso pelambre gris que llegaba hasta un poquito más allá de las orejas de la maciza cabezota del animal había un rostro humano, o más bien debería decirse un rostro inhumano pues esa faz, el semblante de una muy envejecida mujer con los rasgos propios de los nativos de la región, tenía una mirada enloquecida, los ojos inyectados en sangre y sobresaliendo de sus cavidades tanto que se veían como perfectas pelotitas coloradas con un centro oscuro en donde se vislumbraba una maldad absoluta y sin sentido, y de las mejillas de este escalofriante rostro sobresalían unos cuernos punzantes, y de ahí de donde surgían los cuernos manaban hilos de sangre, y los gruesos brazos del estrambótico ser se levantaron y la aborrecible faz le sonrió, abrió la boca y de esta salieron hacia fuera, en grotesca y estremecedora mueca, cientos de dientes largos, delgados y afilados cual letales dagas que mientras salían hacia fuera iban rasgando y sangrando los labios del execrable rostro. Fue justo en ese momento, cuando apareció esa dentadura pesadillosa, que Elena Ferel dio aquel grito gritado como nunca antes gritare en lo que llevaba de vida y como nunca después gritaría en todo lo que le quedó de vida, y apretó a la temblorosa Jazmín contra su pecho y apretó con más fuerza aún la cabezita de la niña para que esta no la volteare y no presenciare el esperpento infernal que estaba frente a ellas, y la mujer gritó con enfermizo pavor y más orines agrios e hirvientes se escaparon de sus partes y empaparon sus prendas, sus piernas y el piso y su alarido se hubiera prolongado hasta el Fin de los Tiempos de no ser por una asombrosa transmutación que ahogó su garganta pues de repente la asquerosa bestia se transformó frente a sus propios ojos en  el  alterado Santiago. La mujer retrocedió varios pasos por el prodigio, aflojó la presión que ejercía sobre el cuerpo de Jazmín con sus manos y brazos, entonces notó que la niñita quiso volver la cabeza pero Elena volvió a apretarla contra su pecho pues vio el desmesurado revólver que portaba una de las manos del maltratado muchacho. Este la observaba sin gesto alguno con sus ennegrecidos ojos, su boca se abrió, la sustancia negra fluyó sin control por entre los dientes derramándose por su barbilla y cuello, la cabeza de Santiago se inclinó hacia un lado y el joven señorito embarrado en negrura balbuceó unas palabras extrañas: “...terfs jamnfo terfs jammnfo efjlenaj terfs jammnfo efjlenaj...” A Elena Ferel en un principio le resultaron casi imposibles de escuchar pues eran pronunciadas como en susurros, después le resultaron casi imposibles de entender ya que el chico hablaba gorgoteando el espeso líquido oscuro, pero al final las comprendió, y aunque pensó que se estaba equivocando pues no, errada no estaba, y al mismo tiempo se asombró, se compadeció, se enterneció y se le pusieron los pelos de punta pues lo que Santiago le estaba diciendo era “...te amo te amo elena te amo elena...” y ante tal aberrante declaración amorosa de chifladura absoluta Elena se dio la vuelta y corrió sin saber hacia donde iba. Tan alterada la dejó la desequilibrada manifestación de Santiago Zebri que no cambió la posición en la que sujetaba a Jazmín de tal manera que la niñita contempló al joven embarrado de negro y sintió con gran claridad como esas cuencas oscuras no dejaban de seguirla y la observaban con odio asesino y empezó a llorar de nuevo aunque era incapaz de quitarle los ojitos de encima a su primastro el cual aulló como un animal herido y después desapareció de su vista pues su madre había entrado en una de las salas de la casa hacienda y mientras corrían por la misma Jazmín escuchó un estampido que identificó como la detonación de una bala y se acordó del objeto plateado que Santiago llevaba en la mano y se le ocurrió que el disparo había sido dirigido hacia ellas pero mas en específico hacia ella misma pues sabía, sí, lo sabía, la pobrecita de Jazmincita sabía perfectamente dentro de sus entrañas que el sobrinito de su papaíto quería asesinarla con la pistolita grandotototota que había visto que  tenía aquello en lo que se había convertido Santiago. Pero pensó, con absoluta convicción, que su papá, tan grande, fuerte e inteligente como era, no dejaría que a ninguna de las dos les pasase algo y que se enfrentaría incluso a diez mil millones de tres mil cuatrillones de fieros dragones de ser necesario pues su papá las quería mucho y así eran las cosas y así iban a salir las cosas. Pero la incipiente sonrisa que se estaba formando en su carita borrósele cuando vio aparecer a Santiago por las puertas de la sala que estaban dejando atrás mientras pasaban a otra, saltando como un sapo negro gigante, esparciendo babas negruzcas desde su boca abierta mientras que la cabeza se le movía de lado a lado y gritaba cosas incomprensibles que de no ser por el terror que la estrujaba por dentro le habrían causado risa. Y el sapo negro que ahora era su primastro se estaba acercando a ellas, salta que te salta, y Jazmín no pudo evitar gritar un chillido agudísimo que por poco le revienta el tímpano a su madre, la cual, a causa del ruidísimo tan punzante, volvió la cabeza y vio al sapote negrotototote que saltaba tras ellas, pistola en mano, y ella misma emitió un chillido aún más agudo que el de su hija. Elena corrió casi sin rumbo por el segundo salón y mirando hacia su detrás, estuvo a punto de caer toda despatarrada al piso cuando se chocó con el finísimo y carísimo piano de cola Mehshannsen, que estaba segura nunca había sido tocado por alguien de la familia, y llegó hasta las puertas de la sala pero, ¡oh, pardiez, estaban cerradas!, volviose y vio a la derecha de la estancia unas escaleras que de ahí partían para la segunda planta, corrió hacia las mismas y subió y cuando iba por el quinto escalón Jazmín volvió a gritar, Elena miró hacia atrás y vio que Santiago ya ponía pie en el primer peldaño, y apurando el paso subió cuatro pasos hasta un descansillo con estantes y adornitos primorosos, volviose hacia el infeliz muchacho y le arrojó cuanto ornamento sus manos encontraron, unos duros otros no tan duros, y así perritos de porcelana, parejitas tomadas de la mano, cajitas de preciosas piedras, cofrecitos de añol y ceniceros de cristal, entre otros tantos chirimbolos  deleitosos, se convirtieron en una lluvia de precisos proyectiles que cayeron con fuerza en distintas partes de la descompuesta humanidad de Santiago el cual trataba de protegerse sin fortuna alguna y cuando un chanchito dormilón de porcelana le acertó en la frente y se partió en tres pedazos el muchacho perdió el equilibrio y cayó de espaldas al piso mientras decía entre negros espumarajos “...pofrrquef pofrrquef efjlenaj pofrrquef mefasces efto sif yof terfs jamnfo efjlenaj terfs jammnfo efjlenaj...” y su rostro adoptaba una descompuesta, incrédula y entristecida mueca negruzca. Elena, comprendiendo la palabrería del joven tumbado, corrió escaleras arriba al tiempo que de recordar trataba la disposición del segundo piso de la casa ya que en una sola ocasión este nivel visitare. Al llegar al segundo piso percibió un gran tumulto en la planta inferior, se detuvo, anhelante por una heroica salvación, oyó voces de hombres que corrían y gritaban, y después escuchó una, dos, tres, cuatro detonaciones fragorosas, cuatro disparos efectuados (cuántos disparos tiene el McFester?), estuvo segura, por el revólver que portaba Santiago, así que quiso emprender de nuevo la huída desesperada pero no lo hizo tan de inmediato pues escuchó en ese momento un alarido no humano, un alarido de animal, pero incluso ni siquiera de animal, escuchó el rugido escalofriante de una bestia sin nombre, de un monstruo del Avernvs, y toda la piel se le puso de gallina y todos los pelos de su cuerpo se erizaron y poseída por el horror se precipitó por un pasadizo ornamentado con toda clase de lujosos enseres, avanzó rumbo a las puertas abiertas de lo que creía recordar era una grande y simpática sala con terraza y entonces sintió cómo una fuerza enorme la atrapaba por la cintura, comprimiéndole los huesos y motivándole tan tremendo daño en las entrañas que la mujer fue solo capaz de abrir la boca sin emitir el grito, tan terrible fue el dolor que sintió. Y sintió que esa fuerza la levantaba del piso, y sus ojos vieron el techo, y sujetó a Jazmín con más fuerza aún, y escuchó que la niñita lloraba y gritaba al mismo tiempo y se sintió volar sin control por los aires hasta que cayó de espaldas en el piso con gran estrépito derribando y destrozando en su caída tres lujosos jarrones de oriente y una prístina mesita de caoba con un juego de té de cortal cristado que se hizo añicos. En medio del dolor aun silencioso Elena palpó a su hijita, que ahora lloraba sin control y de forma histérica, y no le encontró ninguna herida ni ningún hueso roto, y se empezó a incorporar cuando vio que a unos metros de ellas, con el rostro evidentemente cariacontecido hincado de rodillas las manos unidas en actitud suplicante el revólver presionado entre las mismas apuntando hacia ellas y el negro miasma brotándole de las orejas de las narices de los ojos de la boca y de los sitios pudorosos y enfangándose en el fino piso de madera, a pocos metros de ellas estaba Santiago Zebri. Y mientras avanzaba de rodillas hacia ellas repetía “...efjlenaj yof terfs jamnfo efjlenaj terfs jammnfo efjlenaj cafjate conmfigof efjlenaj terfs jammnfo efjlenaj cafjate conmfigof efjlenaj ¿sifj sifj sifj...?”




Aquí viene lo que pasa con Jonás y los demás Zebri desde que el motro dispara el arma hasta que se encuentran y enfrental a la criatura en las escaleras y lo que ven cuando suben por esta.
(Fue por la pura Misericordia Divina que Jonás Zebri no fuese víctima de la bala que salió disparada del inigualable McFester ’77)"