Mariella...
Un avance de un proyecto que he retomado y que me estuvo sacando más canas de lo normal. Lo empecé como un cuento basado en una leyenda urbana y ha acabado convirtiéndose en en un tren sin control corriendo sobre vías oxidadas y en tiempos duales. Este es un extracto alternativo de un texto (aún sin finalizar) que ya está ocupando más espacio del que soy capaz de manejar. ¡ Rey, ayúdame !
Si todo va bien espero poder tenerlo listo... antes de fin de año. Bueno, debo reconocer mis propias limitaciones. Espero que este prototipo de texto final les cause alguna incomodidad :)
Como en todas las publicaciones de aquí cliqueen la "portada" que está debajo.
Como en todas las publicaciones de aquí cliqueen la "portada" que está debajo.
"Ya su prometida había cerrado las puertas del comedor, ya la sangre le
estaba volviendo de nuevo a la cara, ya las fuerzas desaparecidas por la
manifestación del espanto en esa mañana de pesadilla regresaban a sus músculos,
ya se sentía nuevamente capaz de enfrentar la sombría situación que tenía
frente a sí después del golpe que le propinara al desdichado de su sobrino, ya
los demás hombres que quedaban conscientes en el comedor, envalentonados por el
accionar del viejo hombre de mar, cobraban ánimos y se erguían para hacer
fuerza común contra el poseso y lo rodearon ya no dispuestos a sujetarlo por su
propio bien sino decididos a enfrentar a golpes a la cosa en que se había
trasmutado el muchacho por el bien de ellos mismos. Jonás levantó los puños,
otros hicieron lo mismo, unos esgrimieron sus bastones, unos anudaron sus
cinturones a los puños, unos enarbolaron piezas de menaje, y uno de ellos, el hermano menor del capitán,
Mariano Zebri, sacó un arma de una cartuchera que llevaba oculta en el sobaco;
pero como el buen Mariano era un hombre de paz y como siempre había estado en
contra de la violencia y como siempre se había dedicado sólo a los negocios de
la Hacienda Magdalena y aunque llevaba el arma por consideraciones de
salvaguardia contra los facinerosos la verdad era que nunca jamás había
disparado el arma pues nunca jamás habíase empeñado en aprender a disparar el
mortal artilugio lo que hizo fue llamar a su hermano mayor y arrojarle el arma
por los aires. Jonás atrapó con habilidosa precisión el revólver, un magnífico
McFester ‘77 de cuerpo plateado, largo cañón y tambor para siete balas de siete
milímetros y medio, el más mortífero ingenio de matar que se había inventado
hasta el momento que las manos de un hombre podían sostener y que de inmediato
hizo que el ex marinero de la Corona se preguntase por qué su hermano había
adquirido ese mortal artefacto y, lo más intrigante, cómo y dónde lo había
obtenido pues ese modelo recién había salido al mercado internacional un mes
atrás y sólo para ser vendido a las instituciones militares de cualquier nación
interesada en equipar a sus oficiales con tremenda maravilla asesina, pero las
fugaces preguntas se disolvieron con mayor fugacidad ya que eso no importaba
para nada pues ahora sostenía con la diestra algo con la contundencia
suficiente como para zanjar cualquier amenaza, viniese de donde viniese, así
que apuntó el soberbio revólver hacia lo que, esperaba, seguía siendo su
sobrino Santiago, que yacía en el suelo embadurnado de la sustancia negra que
persistía su grotesco destilado desde todos los ingénitos orificios del
infeliz. Al ver a su pariente en tan deplorable estado y conmovido hasta lo
profundo al tomar conciencia de que lo que estaba tirado frente a él era el
último hijo de su hermana Ariana, el viejo hombre de mar sintió una insondable
compasión. Los demás hombres se acercaron con cautela y con posiciones
defensivas y rodearon al muchacho caído, cuyo cuerpo se estaba rodeando de un
charco negro que crecía con lentitud. Jonás le dijo a su sobrino “No
te muevas, por favor no lo hagas, estás muy mal, Santiaguito, quédate allí
hasta que venga el doctor Cervante, hijo, quédate allí por favor que necesitas
la atención de la medicina”, aunque se le
ocurrió que lo mejor sería ir a buscar al padre Venancio, el confesor de
Santiago, para proceder a un exorcismo inmediato. Después de las palabras del
capitán el muchacho levantó la cabeza, miró a su tío con esos ojos
ennegrecidos, y le sonrió abriendo mucho los labios, enseñando los negruzcos y
muy apretados dientes, borboteando más materia bituminosa, provocando en todos
los que allí estaban un escalofrío de tales proporciones que todos pensaron que
la temperatura de la estancia había bajado de brusca y repentina manera. Pero
cuando sus cuerpos dejaron de temblar siguieron sintiendo las pieles heladas. Y
es que no fue tanto que sus organismos sufriesen un repentino enfriamiento
causado por la horrorosa expresión de esa faz irreconocible, era en verdad que
se había producido en el comedor un extraño congelamiento ambiental. Y de eso
todos estábanse dando cuenta cuando de repente escucharon un estrepitoso golpe
a sus espaldas y vieron algo que primero les cortó la respiración y después los
llenó de incredulidad y es que allí, ante las puertas cerradas del comedor,
había un extraño animal, robusto y de más de dos metros de altura, erguido
sobre dos rechonchas patas, el cuerpo todo cubierto de un grueso pelaje gris
oscuro y de cuya enorme cabeza solo pudieron ver la parte de atrás pues la
criatura estaba de espaldas a ellos y que más tarde todos coincidirían en decir
que era una bestia que se parecía a un oso de las montañas pero que no era
exactamente un oso primero porque los osos de las montañas son de pelo negro y
segundo porque el singular espécimen ostentaba dos cosas que ningún oso del
mundo conocido tiene y que eran primero una cola larga y gruesa y segundo una
extraña y pequeña cornamenta puntiaguda que parecía estar a la altura de los
mofletes. Sin hacer caso ya de Santiago todos quedaron petrificados ante el
nuevo portento que se había manifestado en el interior del comedor de la casa
hacienda y vieron que el animal levantaba sus macizos brazos y los estrellaba
con violencia contra las puertas y estas vibraron acompañadas de un extraño
chasqueo metálico y todas las miradas se dirigieron hacia Jonás quien
recuperado ya del desconcierto producido por la aparición del insólito ser
apuntaba el cañón del McFester a la cabeza del mismo. El animal levantó otra
vez los brazos, y el capitán amartilló el revólver, y el animal golpeó otra vez
y con más fuerza que antes las puertas, y todos notaron que las bisagras se
aflojaban, y entonces Jonás Zebri apretó el gatillo pero el percutor no golpeó
el casquillo, el percutor se quedó en donde estaba, y el capitán volvió a apretar
el gatillo y el percutor volvió a quedarse en su sitio, y el animal embistió
con todo su cuerpo y con violenta brutalidad contra las puertas y las bisagras
se desmembraron en pedazos y las gruesas hojas de madera cayeron hacia fuera
estrellándose contra el piso y al tiempo que la desconocida bestia alzaba los
brazos todos escucharon el lastimero y horrorizado grito de una mujer, grito
que Jonás identificó de inmediato pues aunque en ninguna ocasión había
escuchado gritar a su amada Elena su corazón le dijo que ella había sido la que
había proferido el suplicante alarido, así que volvió a apretar el gatillo pero
por tercera vez el revólver se negó a disparar y presa de la impotencia arrojó
el bruñido McFester contra la espalda del animal, ante la mirada avergonzada de
su hermano Mariano el cual se preguntó por qué tonteras había gastado tanto
dineral en un cacharro que no servía de nada y que se promocionaba como la
última maravilla del mundo moderno y civilizado. Mientras estas cosas habían
estado sucediéndose nadie había estado pendiente del cuerpo de Santiago. El
muchacho poco a poco habíase erguido hasta ponerse de pie, mirando la espalda
de la criatura materializada frente a las puertas y riendo para sus adentros
pues ni bien vio al animal, antes que todos los que le habían rodeado, supo,
sí, lo supo de verdad, supo que esa bestia extraña estaba allí para prestarle
ayuda, sí, para eso, para auxiliarlo en su búsqueda del amor tan largamente
merecido, tan largamente buscado, tan largamente esperado, y la aturdida
mentalidad de Santiago Zebri se regocijó cuando esto él comprendió y entonces
escuchó también una voz, una dulce y hermosa voz en su cabeza, la voz de un
ángel de los Cielos Celestiales, y la voz le dijo “Hijo mío,
escúchame, estoy aquí para ayudarte a que te unas a esa mujer tan hermosa,
merecedora únicamente de tu propia belleza juvenil y de tu magnífica y enhiesta
prominencia, pero para lograr que esta radiante unión sea una realidad debes,
primero, asesinar a la bastardita de mierda, al fruto de la violación de la
pureza virginal de tu Elena, a la maldita hija de tu tío Jonás, y si quieres,
si te place, si así lo deseas, hijo mío, asesina también al decrépito violador,
ya que el muy hijo de puta va a querer venganza por la muerte de su bastardita
de mierda, y de paso, Santiago Zebri, hijo de Ariana Zebri, hija del
malnacidoparidoporelanodeunacerda Olen Zebri, el engañador de pueblos, el
estafador de gentes, el abusador de las leyes, el mentiroso que vino de más
allá de los mares, el ladrón de tierras, de paso, Santiaguito, hijo mío, de
paso, ¿por qué no exterminas a cuanto Zebri se te cruce en tu camino?, porque,
¿sabes hijo mío?, creo que todos ellos están buscando arrancarte los favores de
la carne que la primorosa Elena debe ofrecerte sólo a ti, ¿no es así,
muchachito de mi corazón?” y del
ennegrecido muchacho se borró toda sonrisa de su rostro oscurecido y la cólera
se apoderó de él al ser conocedor de estas palabras y justo cuando Jonás
arrojaba el revólver al animal y mientras proseguía el desesperado grito de
Elena Ferel aquello en lo que se había transformado Santiago pegó un
vertiginoso salto de inhumanas y fantásticas proporciones elevándose sobre las
cabezas de sus demás parientes y pescando en el aire el McFester ’77 para a
continuación dirigirse directamente hacia la espalda del animal y cuando todos
los hombres advirtieron la repentina aparición de Santiago por los aires y
cuando auguraron una colisión inminente del joven contra el enorme ser quedaron
más confundidos que nunca al ver que el muchacho caía de pie en perfecto
equilibrio allí donde primero estaba y después ya no estaba la bestia pues la
misma desvaneciose en misteriosa manera sin dejar más rastro de su segura
presencia anterior que las puertas yacientes en el piso y al mismo tiempo el
alarido estremecedor de Elena Ferel se ahogó. Todos vieron que Santiago,
revólver en mano, ladeó la cabeza, después se la enderezó y la volteó a la
izquierda, lanzó un corto aullido, se volvió hacia el interior del comedor,
levantó el arma, apuntó en dirección al pecho de su tío Jonás, apretó el
gatillo y entonces, por fin, el inigualable McFester ’77 escupió el fuego
mortal desde su lago cañón y un estruendo ensordecedor inundó la atmósfera del
comedor de la casa hacienda.
El grito
espantado de Elena Ferel se debió a lo que sus ojos tuvieron la desventura de
ver después de que las puertas del comedor colapsaran y cayeran al piso. Y es
que ahí se erguía una bestia que la asustada mujer habría tomado por un gran
oso, de inexplicable presencia por supuesto, de no ser por el espanto que el
ser tenía en la cabeza pues en vez de la engañosa fisonomía bonachona de un
úrsido la parte delantera de la cabeza de la criatura ostentaba una
imposibilidad ya que sobresaliendo del grueso pelambre gris que llegaba hasta
un poquito más allá de las orejas de la maciza cabezota del animal había un
rostro humano, o más bien debería decirse un rostro inhumano pues esa faz, el
semblante de una muy envejecida mujer con los rasgos propios de los nativos de
la región, tenía una mirada enloquecida, los ojos inyectados en sangre y
sobresaliendo de sus cavidades tanto que se veían como perfectas pelotitas
coloradas con un centro oscuro en donde se vislumbraba una maldad absoluta y
sin sentido, y de las mejillas de este escalofriante rostro sobresalían unos
cuernos punzantes, y de ahí de donde surgían los cuernos manaban hilos de
sangre, y los gruesos brazos del estrambótico ser se levantaron y la
aborrecible faz le sonrió, abrió la boca y de esta salieron hacia fuera, en
grotesca y estremecedora mueca, cientos de dientes largos, delgados y afilados
cual letales dagas que mientras salían hacia fuera iban rasgando y sangrando
los labios del execrable rostro. Fue justo en ese momento, cuando apareció esa
dentadura pesadillosa, que Elena Ferel dio aquel grito gritado como nunca antes
gritare en lo que llevaba de vida y como nunca después gritaría en todo lo que
le quedó de vida, y apretó a la temblorosa Jazmín contra su pecho y apretó con
más fuerza aún la cabezita de la niña para que esta no la volteare y no
presenciare el esperpento infernal que estaba frente a ellas, y la mujer gritó
con enfermizo pavor y más orines agrios e hirvientes se escaparon de sus partes
y empaparon sus prendas, sus piernas y el piso y su alarido se hubiera
prolongado hasta el Fin de los Tiempos de no ser por una asombrosa
transmutación que ahogó su garganta pues de repente la asquerosa bestia se
transformó frente a sus propios ojos en
el alterado Santiago. La mujer
retrocedió varios pasos por el prodigio, aflojó la presión que ejercía sobre el
cuerpo de Jazmín con sus manos y brazos, entonces notó que la niñita quiso
volver la cabeza pero Elena volvió a apretarla contra su pecho pues vio el
desmesurado revólver que portaba una de las manos del maltratado muchacho. Este
la observaba sin gesto alguno con sus ennegrecidos ojos, su boca se abrió, la
sustancia negra fluyó sin control por entre los dientes derramándose por su
barbilla y cuello, la cabeza de Santiago se inclinó hacia un lado y el joven
señorito embarrado en negrura balbuceó unas palabras extrañas: “...terfs
jamnfo terfs jammnfo efjlenaj terfs jammnfo efjlenaj...” A Elena Ferel en
un principio le resultaron casi imposibles de escuchar pues eran pronunciadas
como en susurros, después le resultaron casi imposibles de entender ya que el
chico hablaba gorgoteando el espeso líquido oscuro, pero al final las
comprendió, y aunque pensó que se estaba equivocando pues no, errada no estaba,
y al mismo tiempo se asombró, se compadeció, se enterneció y se le pusieron los
pelos de punta pues lo que Santiago le estaba diciendo era “...te amo te amo
elena te amo elena...” y ante tal aberrante declaración amorosa de chifladura
absoluta Elena se dio la vuelta y corrió sin saber hacia donde iba. Tan
alterada la dejó la desequilibrada manifestación de Santiago Zebri que no
cambió la posición en la que sujetaba a Jazmín de tal manera que la niñita
contempló al joven embarrado de negro y sintió con gran claridad como esas
cuencas oscuras no dejaban de seguirla y la observaban con odio asesino y
empezó a llorar de nuevo aunque era incapaz de quitarle los ojitos de encima a
su primastro el cual aulló como un animal herido y después desapareció de su
vista pues su madre había entrado en una de las salas de la casa hacienda y mientras
corrían por la misma Jazmín escuchó un estampido que identificó como la
detonación de una bala y se acordó del objeto plateado que Santiago llevaba en
la mano y se le ocurrió que el disparo había sido dirigido hacia ellas pero mas
en específico hacia ella misma pues sabía, sí, lo sabía, la pobrecita de
Jazmincita sabía perfectamente dentro de sus entrañas que el sobrinito de su
papaíto quería asesinarla con la pistolita grandotototota que había visto
que tenía aquello en lo que se había
convertido Santiago. Pero pensó, con absoluta convicción, que su papá, tan
grande, fuerte e inteligente como era, no dejaría que a ninguna de las dos les
pasase algo y que se enfrentaría incluso a diez mil millones de tres mil
cuatrillones de fieros dragones de ser necesario pues su papá las quería mucho
y así eran las cosas y así iban a salir las cosas. Pero la incipiente sonrisa
que se estaba formando en su carita borrósele cuando vio aparecer a Santiago
por las puertas de la sala que estaban dejando atrás mientras pasaban a otra,
saltando como un sapo negro gigante, esparciendo babas negruzcas desde su boca
abierta mientras que la cabeza se le movía de lado a lado y gritaba cosas
incomprensibles que de no ser por el terror que la estrujaba por dentro le
habrían causado risa. Y el sapo negro que ahora era su primastro se estaba
acercando a ellas, salta que te salta, y Jazmín no pudo evitar gritar un
chillido agudísimo que por poco le revienta el tímpano a su madre, la cual, a
causa del ruidísimo tan punzante, volvió la cabeza y vio al sapote
negrotototote que saltaba tras ellas, pistola en mano, y ella misma emitió un
chillido aún más agudo que el de su hija. Elena corrió casi sin rumbo por el
segundo salón y mirando hacia su detrás, estuvo a punto de caer toda despatarrada
al piso cuando se chocó con el finísimo y carísimo piano de cola Mehshannsen,
que estaba segura nunca había sido tocado por alguien de la familia, y llegó
hasta las puertas de la sala pero, ¡oh, pardiez, estaban cerradas!, volviose y
vio a la derecha de la estancia unas escaleras que de ahí partían para la
segunda planta, corrió hacia las mismas y subió y cuando iba por el quinto
escalón Jazmín volvió a gritar, Elena miró hacia atrás y vio que Santiago ya
ponía pie en el primer peldaño, y apurando el paso subió cuatro pasos hasta un
descansillo con estantes y adornitos primorosos, volviose hacia el infeliz
muchacho y le arrojó cuanto ornamento sus manos encontraron, unos duros otros
no tan duros, y así perritos de porcelana, parejitas tomadas de la mano,
cajitas de preciosas piedras, cofrecitos de añol y ceniceros de cristal, entre
otros tantos chirimbolos deleitosos, se
convirtieron en una lluvia de precisos proyectiles que cayeron con fuerza en
distintas partes de la descompuesta humanidad de Santiago el cual trataba de
protegerse sin fortuna alguna y cuando un chanchito dormilón de porcelana le
acertó en la frente y se partió en tres pedazos el muchacho perdió el
equilibrio y cayó de espaldas al piso mientras decía entre negros espumarajos
“...pofrrquef pofrrquef efjlenaj pofrrquef mefasces efto sif yof terfs jamnfo
efjlenaj terfs jammnfo efjlenaj...” y su rostro adoptaba una descompuesta,
incrédula y entristecida mueca negruzca. Elena, comprendiendo la palabrería del
joven tumbado, corrió escaleras arriba al tiempo que de recordar trataba la
disposición del segundo piso de la casa ya que en una sola ocasión este nivel
visitare. Al llegar al segundo piso percibió un gran tumulto en la planta
inferior, se detuvo, anhelante por una heroica salvación, oyó voces de hombres
que corrían y gritaban, y después escuchó una, dos, tres, cuatro detonaciones
fragorosas, cuatro disparos efectuados (cuántos disparos tiene el McFester?), estuvo
segura, por el revólver que portaba Santiago, así que quiso emprender de nuevo
la huída desesperada pero no lo hizo tan de inmediato pues escuchó en ese
momento un alarido no humano, un alarido de animal, pero incluso ni siquiera de
animal, escuchó el rugido escalofriante de una bestia sin nombre, de un
monstruo del Avernvs, y toda la piel se le puso de gallina y todos los pelos de
su cuerpo se erizaron y poseída por el horror se precipitó por un pasadizo
ornamentado con toda clase de lujosos enseres, avanzó rumbo a las puertas
abiertas de lo que creía recordar era una grande y simpática sala con terraza y
entonces sintió cómo una fuerza enorme la atrapaba por la cintura,
comprimiéndole los huesos y motivándole tan tremendo daño en las entrañas que
la mujer fue solo capaz de abrir la boca sin emitir el grito, tan terrible fue
el dolor que sintió. Y sintió que esa fuerza la levantaba del piso, y sus ojos
vieron el techo, y sujetó a Jazmín con más fuerza aún, y escuchó que la niñita
lloraba y gritaba al mismo tiempo y se sintió volar sin control por los aires
hasta que cayó de espaldas en el piso con gran estrépito derribando y
destrozando en su caída tres lujosos jarrones de oriente y una prístina mesita
de caoba con un juego de té de cortal cristado que se hizo añicos. En medio del
dolor aun silencioso Elena palpó a su hijita, que ahora lloraba sin control y
de forma histérica, y no le encontró ninguna herida ni ningún hueso roto, y se
empezó a incorporar cuando vio que a unos metros de ellas, con el rostro
evidentemente cariacontecido hincado de rodillas las manos unidas en actitud suplicante
el revólver presionado entre las mismas apuntando hacia ellas y el negro miasma
brotándole de las orejas de las narices de los ojos de la boca y de los sitios
pudorosos y enfangándose en el fino piso de madera, a pocos metros de ellas
estaba Santiago Zebri. Y mientras avanzaba de rodillas hacia ellas repetía
“...efjlenaj yof terfs jamnfo efjlenaj terfs jammnfo efjlenaj cafjate conmfigof
efjlenaj terfs jammnfo efjlenaj cafjate conmfigof efjlenaj ¿sifj sifj sifj...?”
Aquí viene
lo que pasa con Jonás y los demás Zebri desde que el motro dispara el arma
hasta que se encuentran y enfrental a la criatura en las escaleras y lo que ven
cuando suben por esta.
(Fue por
la pura Misericordia Divina que Jonás Zebri no fuese víctima de la bala que
salió disparada del inigualable McFester ’77)"