Esto me ha costado. Me ha costado por dos motivos. El primero: han pasado casi quince años desde la última vez que escribí algo en lo cual estuviese involucrada la investigación necesaria para lo que se va a escribir, y la verdad es que (lo crean o no) había perdido todo el oficio. El segundo: en el proceso de investigación y redacción del texto han aflorado emociones y sentimientos que estuvieron ocultos por más de treinta y cinco años... Esta aventurilla literaria ha terminado siendo más de lo que hubiese querido y ha mutado en algo profundamente perturbador ya que, al hurgar en el pasado, lo que pudo quedar como el recuerdo marcado a fuego de un evento excepcional se ha convertido en una olla llena de más preguntas impropias e insolubles de las que hubiera deseado. Para mi pesar y el de los involucrados. De cualquier forma cumplo con informar que lo que van a leer, así como reza la publicidad de algunas películas, está basado en un hecho real. No invento. Lo pude haber escrito en forma de ensayo o de reportaje, pero eso ya no va mucho conmigo por lo que me he dado varias licencias literarias para que el texto fluya dentro del estilo de ficción. Pero salvo el aderezo todo corresponde a un evento que mi padre, mi hermano y yo vivimos en una noche de verano del año 1976. Qué joda...
ROJO EN EL CIELO
Tú no le creerás.
A
pesar de los escasos siete años que tendrás, a pesar de que a esa edad a
cualquier niño le resultaría imposible no creer en eso, tú no le creerás.
Lo peor de
todo será que aunque la información vaya a venir del ídolo de tu existencia, es
decir de tu padre, tú no le creerás.
En realidad hasta
entonces en ningún momento de tu vida habrás creído en eso.
Creerás
en duendes, en fantasmas, en el Ratón Pérez, en Papá Noel, en el Cielo, el
Purgatorio y el Infierno. Pero… ¿en platillos voladores?
¡Por
favor!
¿En
extraterrestres?
¡Por
el amor de Dios!
Según
tú solamente los ignorantes podrán creer en esas cuenteretas para asustar a los
niños. Claro que tal opinión no la vas a compartir con tu padre. Pensarás que tu
papá ha caído de lleno en el barril de los Tontos de Capirote, pero como lo amas
y lo respetas te limitarás a seguir escuchando la narración delirante que
frente a toda la familia el jefe de la misma estará exponiendo de manera muy excitada.
“¡Y
ahí se quedó, parado en el cielo! Todo quieto, sin moverse… tampoco giraba,
sólo estaba quieto al frente de nosotros. Entonces, ja, ja, ja, Silvia me pide
que le siga leyendo el cuento, y entonces no le respondí.”
“Sí,
no me respondiste, papito.”
“¿Y
qué iba a hacer con esa nave frente a nosotros? ¡¿Qué iba a hacer?! Sólo estaba
parado, paralizado, mientras que su hermana me pedía que le siguiera contando
el cuento, y yo miraba y miraba el platillo que estaba ahí, casi sobre nuestras
cabezas…”
Y
blu-blu-blu bla-bla-bla y tu padre continuará dando detalles de la supuesta
nave de otro planeta manejada por supuestos extraterrestres y blu-blu-blu
bla-bla-bla y concluirá con la desaparición vertiginosa del platillo volante en
dirección a los cerros de La Pradera.
¿Qué
bicho le picará a tu padre? No estará mintiendo. Y no estará bromeando (a pesar
de su conocida fama de ser, a veces, un bromista más que pesado). Su intención
tampoco será crear una fantasía para asustar a los niños. ¿Entonces qué?
Dentro
de dos meses estarán viviendo en La Estancia. La zona en particular en la que
tendrán la casa, un verdegal rodeado por cerros, no estará muy habitada. Los
vecinos más inmediatos, los Otero, invitarán a tus padres a una cena a la
semana de instalarse en la nueva vivienda. Al día siguiente tu padre, en el
desayuno, te contará a ti y a tus tres hermanos (tu hermana menor apenas le
entenderá pues entonces cumplirá un año y medio) los detalles de la cena (gente
muy simpática, dos hijas muy bonitas, tres perros, cuatro gatos y dos loros,
una piscina a la que estarán todos invitados cuando quieran, la casa muy
bonita, el señor Otero es dentista y su esposa lo asiste) y concluirá la
narración con la advertencia amistosa que a tus padres les hará el señor Otero: “Si por la noche ven luces raras en
el cielo, no se preocupen, por aquí esos es bastante común, aquí los platillos
voladores son como los aviones cerca de un aeropuerto.”
Desde ese día tu padre estará hecho
un obseso con el cielo.
De noche saldrá al jardín y observará la
negrura inundada de estrellas esperando ser testigo de un prodigio
extraterráqueo.
Pero
durante mucho tiempo no verá nada.
Y
lo primero que verá después de tanta búsqueda (según él mismo) no será de noche
sino de día, al atardecer, sentado con su hija en el gran jardín trasero de la
casa mientras le lea un cuento de hadas: un disco del tamaño de un autobus,
plateado, con paneles visibles a lo largo de su curvilínea estructura, sin
ventanas, sin motores, solamente un plato volador metálico que permanecerá
suspendido en el aire frente a él y a su desinteresada hija sin emitir sonido
alguno.
El
hombre estará tan impresionado que luego logrará impresionar a toda la familia.
Menos
a ti.
Serás
condescendiente y mostrarás un rostro interesado en las palabras de tu padre,
sin darle crédito alguno. Sin embargo estarás seguro de una cosa: que tu padre
narrará un fenómeno que no podrá explicar y que interpretará de forma errónea a
causa de su reciente obsesión con lo extraterrestre.
Punto
final.
Por
supuesto que no le vas a contar tan desafortunado incidente a ninguno de sus
amiguitos del colegio. Pero darás por sentado que tu padre tomará el teléfono y
llamará a toda su agenda.
Qué
vergüenza…
Bueno,
por lo menos no estarás involucrado en ese disparate.
Pasarán
los días y nuevos observadores fortuitos, habitantes de La Estancia, compartirán
sus experiencias con la familia.
Pasarán
los días y tu hermano afirmará ver un globo azul que volará sobre los árboles; tu
hermana menor señalará a veces al cielo, de día o de noche, y dirá
incoherencias en medio de risas soñolientas; tu madre mirará de cuando en cuando,
asustada, sobre su cabeza; tu otra hermana querrá que la acompañen a leer
cuentos en el jardín para poder ver otra vez los platos en los que vuelan los malcianos; tu padre comprará unos
binoculares y empezará a redactar un cuaderno de observaciones de OVNIs; tú estarás
harto de tanta cojudez y rogarás a Dios para que tanta cojudez acabe de una
buena vez por todas. Y gracias a La Virgen y a Todos Los Santos tanta cojudez
decrecerá con el tiempo hasta que quede como una pequeña cojudez de la cual se
hablará muy de cuando en vez.
Hasta que tú mismo empieces a ser parte de
esa cojudez.
Los
duendes por supuesto que existen, sino ¿quién se lleva las medias de los pies
izquierdos de tus cajones? Los fantasmas ni que negarlo, sino ¿cómo se explican
las caricias nocturnas en la vieja hacienda que tiene tu tío abuelo en Cañete?
Del Ratón Pérez nadie duda, sino ¿quién deja las monedas de oro debajo de las
almohadas tras la caída de un diente? Papá Noel es un personaje de carne y
hueso como lo eres tu, sino ¿quién lleva sobre los hombros la importantísima
misión de premiar el comportamiento de las personas al final de cada año? Todos
esos dogmas de fe absoluta, toda esa lógica demoledora que es parte
incuestionable del mundo tal y como tu lo concibes, toda esa mamarrachería
mental enquistada en tu cerebro, a lo cual se agregará tu negación del fenómeno
de los objetos voladores no identificados, harán que no veas lo que de vez en
cuando verán tus ojos.
En
realidad no querrás ver.
La
intachable Doctrina Del Mundo Real que gobernará tu vida hasta cierto dìa de
ese año se portará como una venda tan oscura como la ceguera: se negará a ver
esas singularidades que de cuando en vez captarán tus ojos, singularidades que
sucederán de día o de noche, singularidades que otros observarán pero que rechazarás
dentro de ti mismo sin siquiera escuchar a los testigos que verán lo que tu no desearás
ver.
Pero las singularidades persistirán.
No serán pan de todos los días.
Pero tampoco tendrán cuando acabar.
Pasará
el tiempo y esos eventos resultarán ser para ti una suerte de molestia similar
a lo que podrían ser los zancudos en las noches de verano: algo que tendrás que
ignorar para dormir (vivir) tranquilo. Será entonces, y sin darte cuenta, que tu
sistema de creencias ya adolecerá de un quiebre pues aceptarás la existencia de
las singularidades-zancudo pero para vivir (dormir) tranquilo optarás por
ignorarlas. Vivirás en ese estado de pacífica condescendencia frente a los no
identificados durante meses. Siempre que tu padre (quien se convertirá en todo
un experto en el tema) te cuente algo que involucre aquello que tu sigas
considerando una molestia con la cual hay que vivir le prestarás toda tu
atención, pero una vez acabada la narración de turno decidirás olvidar, por tu
propio bien mental, todo lo que escuches. Después de todo ya tendrás bastante
con ver relámpagos imposibles cuando no haya ni una sola nube en el cielo, o
escuchar sonidos indefinidos que parecerán provenir de cualquier parte, o
sentir vibraciones que atraviesen tu cuerpo. Suficiente tendrás ya con esos zancudos como para agregarles los desvaríos
de tu progenitor. Pero como todo sistema que se desborda por eventos que ponen
en duda sus fundamentos tu propio sistema antisingularidades estará a punto de
correr el mismo destino una calurosa noche de verano, un domingo por la noche
en el que junto con tu hermano, tu madre y tu padre estén en el cuarto que momentaneamente
se usará como espacio de juegos y sala de televisón. Estarán disfrutando del
final del día viendo una película en blanco y negro de 1953. La película será “Babs: where is my wife?”, una
comedia con Ferris Cullum, Susan Knight y Patty Young en donde dos amigas
deciden darse unas vacaciones improvisadas en las (entonces) atractivas Islas
Madden sin que el esposo de una de ellas se entere debidamente, a causa de una
confusión, de las intenciones de su consorte, lo cual dará pie para una serie
de circunstancias bastante ingenuas pero no por eso menos cómicas. La
habitación en la que mirarán la película, como todos los ambientes de la casa, será
grande, de techos altos (casi tres metros y medio en su punto más alto), con
una ventana que ocupará la casi totalidad de uno de los lados del cuarto con la
excepción de un muro de un metro de altura y una puerta al lado izquierdo de la
ventana, puerta que conducirá a una parte del enorme jardín que rodea la casa. Los
cuatro miembros de una familia de seis (las niñas estarán durmiendo en el
dormitorio que compartirán) verán en la pantalla del televisor como Ferris
Cullum irrumpie en la recepción del hotel Misionero, resbala con el piso húmedo
de mármol que una enorme mujer estará fregando y choca con un desprevenido
botones que esta llevando una montaña de maletas a cuestas. 2 minutos y 2 segundos después de esta escena
hilarante se iniciará el avistamiento que, de una manera u otra, cambiará la vida
de ese niño de siete años que se niega a creer en los seres extraterrestres.
La
hora: 20:45:13.
Él
rie a carcajada suelta por el desastre que Ferris Cullum causa en la recepción
del hotel Misionero. El hombre que busca a su esposa de manera desesperada le
da la mano al botones con el objeto de ayudarlo pero vuelve a resbalar y un
nuevo desastre se genera cuando los dos resbalan en el mármol mojado y se
estrellan contra la gigantesca mujer y ocasionan algo que la entretenida
familia no puede ver pues la señal del televisor se convierte en estática
visual y sonora por varios segundos. Su padre se levanta y se dirige hacia el
aparato que ya lleva como quince segundos en esa situación. Cuando empieza a
manipular la antena la señal regresa, primero el audio y después el video. El
hombre se da la vuelta y regresa a sentarse en el cómodo sofá. Ferris Cullum
está de pie dando explicaciones al encargado del hotel. Su madre comenta que no
pierden mucho de la película. En ese momento empieza una tanda de comerciales.
La mujer se levanta y pregunta si alguien quiere algo de tomar o comer pues va
a la cocina. Sólo su hermano pide que le traiga algo frío de tomar y unas
galletas. Ella sale y los dos niños saltan uno a cada lado de su padre.
La
gran ventana de la habitación, que tiene una de sus partes corredizas deslizada
hacia la derecha, tiene las cortinas abiertas por completo para permitir que el
recinto se ventile. Por esta ventana se parte del jardín, la pared del área de
servicio de la casa y el cielo por completo despejado y estrellado. También se
escucha el armonioso sonido que produce la fauna insectoide en el calor
nocturno.
20:47:15
Los
tres ven lo mismo: la totalidad del cielo nocturno se convierte por 5 segundos
en un cielo diurno; pasan 3 segundos de oscuridad y el fenómeno se repite
durante 6 segundos pero esta vez con un efecto similar al de las luces
estroboscópicas para luego regresar a la normalidad; 7 segundos después el muro
blanco que está frente a la ventana de la habitación se enciende primero con un
color rojo, después con un color amarillo, le sigue con un color violeta y
acaba con un color celeste.
La
mujer regresa a la habitación y ve a su esposo y a sus hijos con las cabezas
dirigidas hacia la ventana. No prestan atención a la película en el televisor.
Ella también mira en dirección a la ventana pero fuera de la pared y un cielo
estrellado no ve nada inusual.
“¿Ha
pasado algo?”
“¡Mamá!
Tooooooodo el cielo se puso de colores, tooooooodo.”
Su
hermano grita la palabra “tooooooodo”, se levanta, extiende los brazos
lo más que puede y abre los ojos todo lo que los músculos oculares se lo
permiten. Su padre sigue mirando hacia afuera. Su madre, que lleva una bandeja
con una botella de leche fría, tres vasos y un plato lleno de galletas de
diferentes tipos, camina hacia la ventana y levanta la vista hacia la noche
estrellada.
Él
deja de mirar hacia afuera y se concentra en la película que pasan por la
televisión. No sabe qué es lo que ha visto. La noche se convierte en día y
después se llena de colores. ¿Qué clase de fenómeno meteorológico es ese? Lima,
la ciudad en la que viven, es una ciudad costera, y si bien La Estancia se
ubica cerca de la línea de cerros que lleva a la cordillera los relámpagos,
rayos, tormentas eléctricas y demás manifestaciones luminiscentes de la
naturaleza no se dan en esa región del país. ¿Qué tipo de manifestación
meteorológica es esa? Bueno, siempre pasan cosas raras con el clima, ¿no?
“¿Todo?
¿Cómo que tooooooodo mi cielo?”
“Tooooooodo,
mamita, el cielo se puso de muchos colores, muuuuuuuchos,
sí.”
Su
padre deja de mirar hacia afuera y le dice a su madre que tal vez se trata de
las luces de alguno de esos carros cuyos dueños les ponen una huchafería de
faros auxiliares multicolores. Ella se sienta al lado de su hermano y le enseña
lo que hay en la bandeja. El niño se sirve un poco de leche y unas galletas.
Él
mira sin mirar la película. Su madre le ofrece galletas pero las rechaza pues
no le apetecen. Piensa en las luce pero no quiere pensar en las luces. Quiere
ver la película. No quiere pensar en las luces. No puede concentrarse en la
película.
La desinteresada y absurda respuesta de su
padre, el abanderado número uno de los platillos voladores en esa familia... su
explicación sobre las luces es por demás de estúpida.
No quiere pensar en las luces.
Quiere ver la película. Solamente quiere ver
la película…
¡Pero qué
respuesta tan imbécil la de su padre…!
No quiere pensar en las luces. Quiere ver la
película.
20:59:32
Su
hermano termina con casi todas las galletas y va por el segundo vaso de leche.
Su padre y su madre, abrazados, ven la película, rien en su momento pero no
cruzan palabra. Él mira la película sin mirar pues de vez en vez desvía los
ojos hacia la ventana y observa el cielo lleno de estrellas. No hay fenómeno
visible alguno. Mira la película sin mirar, está perdido en la trama, no sabe
qué es lo que hace el protagonista montado en un biplano acrobático, desvía la
mirada hacia el exterior. Nada.
21:13:45
Su
madre se levanta y les dice a todos que se va a dormir. Su padre le da un beso
en los labios, su hermano la abraza y es llenado de besos por ella. Cuando su
madre lo abraza él se estremece, tiene ganas de pedirle que no se vaya, tiene
ganas de decirle que se quede, tiene ganas de explicarle que… ¿Qué? ¿Qué es lo
que le debe decir? Siente que le debe decir algo importante, siente que su
madre se debe quedar con ellos. Pero no lo hace. Se
limita a darle un abrazo y recibe sus besos, pero no le dice nada. Cuando la
mujer sale de la estancia el hombre y los dos niños continuan viendo la
película.
21:15:58
Su
hermano se levanta y camina hacia la ventana. Se queda allí, con los brazos
apoyados en el marco, la cabeza afuera, mirando el cielo. Su padre lo observa
durante unos segundos, después regresa la vista hacia el televisor. Él quiere
hacer lo mismo que su hermano, pero al mismo tiempo no quiere hacerlo. Ha
perdido por completo la hilación de la película. La misma es solo una sucesión
de imágenes grises sin significado alguno. Su padre suelta una carcajada y eso
produce que salte sobre el mullido sofá. Recién se da cuenta de la tension en
la que se encuentra sumido todo su cuerpo. Tiene los puños apretados. Su cuerpo
está completamente rígido. La mandíbula está tan dura que falta poco para un
quiebre de dientes. Su corazón palpita con tanta fuerza que siente como sus
sienes se inflan y desinflan. No tiene idea de por qué le está pasando eso. O
tal vez no quiere tenerla. Pero sabe que no debe moverse de allí. Sabe, de
alguna manera lo sabe, sabe que debe quedarse allí, con su padre y con su
hermano.
21:21:21
“Papá,
¿qué es eso?”
La
pregunta de su hermano carece de emoción alguna. Carece de todo interés por
aquello a lo que hace referencia. Es una pregunta apática en todo sentido. Y
sin embargo su corazón se detiene. Mira sin ver las imágenes en blanco y negro
del televisor donde un actor cuyo nombre desconoce habla con una actriz cuyo
nombre también desconoce. Durante 2 segundos un zumbido muy agudo inunda su
cabeza. Después de ese par de segundos su corazón vuelve a funcionar. Su padre
se levanta y camina hasta la ventana, se para al lado del pequeño que está ahí
mirando hacia arriba.
“Pues…
no lo sé…”
“¿No
lo sé? ¿¡No lo sé…!? ¡Pero claro que lo sabes…!”
Apenas murmulla las palabras, ni siquiera las
escucha, y se da cuenta de que sí, que su padre sabe lo que es.
Y, sí, él también lo sabe.
A
ambos los ve de espaldas, inmóviles, parados frente a la ventana, las cabezas
hacia arriba, dirigidas hacia el cielo nocturno y estrellado donde hay, ahora,
algo más. Se levanta y se pone al lado de su padre y mira hacia donde están
mirando los otros y ve aquello que está ahí y entonces toda la aprehensión de
la cual es presa desaparece y se siente por completo aliviado mientras observa
el objeto que está afuera, al frente y casi por encima de ellos.
Los tres están mudos y concentrados en lo que
ven. Su hermano, sin desviar la mirada, va hacia la puerta que da al jardín, la
abre y sale de la habitación. Su padre hace lo mismo. Ambos se detienen delante
de la puerta sin dejar de mirar hacia arriba. Él también sale del cuarto y
camina cuatro pasos por delante de los otros.
La cosa es enorme.
Un gigantesco
disco envuelto por una luz roja.
Algo
descomunal y por completo fuera de toda lógica si además se tiene en cuenta que
la cosa no se mueve.
Simplemente está allí, detenida en el aire, un
cuerpo discoidal cubierto por una luz roja que, ahora se da cuenta, no ilumina
aquello que está cerca al objeto. Al menos eso parece pues las copas de los
eucaliptos aledaños no se ven teñidas por luz roja alguna.
Su
padre y su hermano se acercan a él, en silencio. Él mira a su padre. En su
rostro hay una seriedad inusual. Su hermano en cambio tiene una ligera sonrisa
en el rostro.
“¿Han
notado de que no se escucha nada de nada?”
Su
padre habla con un tono neutro y lleva sus manos a los hombros de sus hijos. Él
se da cuenta de que es cierto, no se escucha nada, pero absolutamente nada de
nada. A esas horas los insectos estallan en sus chácharas particulares, algunas
aves nocturnas se dejan oír y el murmullo de los autos que circulan por la
alejada carretera se escucha con facilidad. En ese momento el silencio es
total. Ni siquiera escuchan el ocasional ladrido de un perro guardián de los
que tanto abundan en la zona.
“Papá,
¿es una nave espacial?”
“Supongo
que sí.”
“¿Y
por qué no se mueve?”
“No
lo sé.”
21:29:59
El disco
envuelto en una luz rojiza se mueve.
Avanza con
lentitud.
Avanza con la lentitud de una tortuga.
Ahora el enorme platillo rojo avanza hacia
ellos a la velocidad de un quelonio haciendo su máximo esfuerzo por llegar a
alguna parte.
Los tres
permanecen quietos mirando el imposible objeto que, ahora él esta seguro de
eso, no es otra cosa que una nave extraterrestre.
El disco rojo
es lo único que se mueve. Ni viento que mueva las hojas de los árboles, ni
insectos nocturnos voladores, ni aves trasnochadoras, ni murciélagos en busca
de comida ni nada de nada salvo la tremenda máquina (porque debe ser una máquina) que, además, lo
hace en el más absoluto de los silencios, detalle que hace que todo ese
disparate de Encuentros Cercanos que está sucediendo frente a ellos sea aún más
sobrecogedor cuando él se da cuenta, recién ahora, de la ausencia de sonido
alguno producido por un armatoste de tamañas dimensiones. Y se convierte en
algo más perturbador aún cuando advierte que sus oídos no solamente no están
percibiendo onda sonora alguna en ese momento sino que ni siquiera perciben ese
leve zumbido que se siente cuando no existe algo que escuchar en el ambiente.
Piensa que eso es como estar sordo ya que está experimentando, y supone que su
padre y su hermano también, la ausencia total de estímulos auditivos. Eso le
produce la primera sensación desde que ve la nave roja en el cielo nocturno
frente a él: auténtico asombro.
El enorme
plato rojizo ha llegado casi hasta el límite del terreno de su casa. Puede
decirse que la parte más cercana de la circunferencia del objeto se encuentra a
diez metros del cerco vivo de la casa. Desde donde están los tres ven ahora la
parte inferior de la nave. Al igual que todo lo demás es una superficie roja y
brillante sin detalle alguno que se pueda adivinar. Ni escotillas, ni puertas,
ni pozos de tren de aterrizaje, ni remaches, ni juntas de paneles, nada.
21:34:46
La nave se
detiene. No nota una desaceleración en el avance, la nave simplemente se
detiene a unos cinco metros del cerco de su casa.
“¿Y ahora qué
papito?”
“Pues… no lo
sé.”
Las voces de
su padre y su hermano suenan por completo desapasionadas frente a lo que están viendo
y viviendo. Él se separa de ellos y avanza hacia el cerco vivo pues, a pesar de
tener el objeto prácticamente sobre su cabeza, quiere verlo más de cerca. Ni su
padre ni su hermano le dicen algo o hacen el intento para detenerlo pues lo
siguen sin quitar la mirada del rojizo aparato.
21:37:39
El plato
volador vuelve a moverse. Como cuando se detiene esta vez no se ve algo
semejante a una aceleración. La cosa sale de su estado de inercia y retoma la
velocidad de tortuga de manera inmediata. Además de esto la nave se está
desplazando ya no hacia ellos sino en sentido paralelo al cerco vivo de la casa,
en ningún momento ven un giro o cambio de dirección, simplemente ahora se
dirige hacia otro lado, hacia la alejada carretera.
No muchos
años más tarde, con conocimientos científicos adquiridos en el colegio, se da
cuenta de que, por lo menos bajo las leyes de la física que le enseñan, los
movimientos de la nave extraterrestre en cuestión son por completo imposibles.
21:41:13
En ese
momento desaparece el estado de estupor en el que se encuentra. Se da perfecta
cuenta de lo que está viendo y viviendo. Voltea para decirle algo a su padre,
quiere decirle que tiene razón, que tiene razón acerca de los extraterrestres,
los OVNIs y todas esas cosas, quiere decirle que lamenta haber dudado de sus
palabras… pero no le dice nada pues el hombre, lo mismo que el niño que está a
su lado, mira embobado el cienciaficcionesco espectáculo, el rostro
transfigurado y sonriente. En verdad en ese momento ambos tienen la apariencia
de un par de completos imbéciles. Y en vez de decirle todas las cosas que
quiere decirle grita, sin saber por qué, una sola palabra.
“¡Despierten!”
Pero ellos ni
se inmutan.
“¡Papá,
Diego, despierten!”
Su padre
despega la mirada del objeto que sigue desplazándose con infinita paciencia al
lado de la casa, lo mira, le sonríe de una manera bastante infantil.
“Es hermoso,
esto es hermoso hijo.”
El rostro
transfigurado y la forma tan ajena a su voz en que su padre pronuncia esas
palabras le produce la impresión de que está ido por completo.
21:43:39
Siente miedo.
Auténtico
miedo.
“Mamá…”
Ella está
durmiendo, se ha retirado a su dormitorio mucho antes del inicio de toda esa
locura. Sin pensarlo entra a la casa por donde ha salido, sale de la habitación
del televisor, corre por el pasillo que lleva a los cuartos, entra en la alcoba
de sus padres, prende las luces principales, va hasta la cama en donde su madre
está durmiendo y, sin suavidad alguna, la empieza a sacudir por los hombros. En
realidad la sacude con una desesperación a la que poco le falta para
convertirse en auténtica violencia.
Pero la mujer
no despierta.
Él se
detiene. El miedo empieza a crecer.
Quiere decir
la palabra mamá. En realidad quiere gritar la palabra mamá pero lo único que
logra es balbucearla con torpeza y a un volumen apenas audible, incluso para él
mismo. Los ojos empiezan a llenársele de lágrimas mientras que su estómago se
encoge con dolorosa rapidez. De nuevo sacude el cuerpo de su madre, esta vez
con más fuerza, logra articular la palabra mamá pero la pronuncia como si
tuviera una fuerte laringitis.
La mujer
sigue durmiendo.
Y empieza a
roncar.
Con fuerza.
Dos
lagrimones corren por sus mejillas y suelta a su madre, quien no deja de roncar
cuando se da la vuelta y le da la espalda.
Se queda
parado frente a ella, sin saber qué hacer, sabe que lo que está pasando con ella
es algo fuera de lo común, definitivamente eso no es normal, como no es normal
que una nave extraterrestre se esté paseando al lado de su casa mientras su
padre y su hermano la observan como un par de… un par de idiotas, lo cual,
ciertamente, tampoco tiene nada de normal, y aparentemente el único que
mantiene, al menos por el momento, algo de normalidad es él.
Si su madre
está en ese estado, piensa, es porque algo le están haciendo.
¿Quiénes…?
Pues los malditos extraterrestres que están en
la maldita nave extraterrestre que está afuera.
Y si su padre y su hermano están actuando como
un par de débiles mentales pues es también porque algo les están haciendo.
Se vuelve
hacia la puerta del dormitorio y se le ocurre que tal vez su hermano y su padre
están en peligro.
Vuelve a
mirar a su roncuda progenitora pero se da cuenta, lo sabe con certeza, que es
inútil tratar de despertarla. Así que abandona la habitación, corre por el
pasillo hasta el cuarto de la televisión y sale al jardín.
21:48:03
Su padre y su
hermano no están allí.
La nave roja
está avanzando al lado y un poco por encima de la casa, pero su padre y su
hermano no están allí.
“Diosito lindo no, no por favor…”
El miedo esta vez se apodera por
completo de él: la boca se le seca de manera instantánea, las rodillas le
tiemblan, el corazón se detiene por unos segundos, vuelve a latir de manera
dolorosa, siente frío en todo el cuerpo, un tremendo peso lo empieza a oprimir
contra el suelo.
21:48:50
Aparece un
extraterrestre.
Es incapaz de
evitar un grito que no se escucha pues el aire no sale de sus pulmones, tiene
la seca boca abierta a todo lo que esta da, sus ojos se salen de las órbitas, la
sangre desaparece de su rostro, las piernas no le obedecen para emprender la
huida, es pánico, ya no es solamente miedo sino auténtico pánico lo que lo
invade.
“¿Qué haces ahí?
Vamos, ven con nosotros.”
El
extraterrestre habla muy bajito, extiende su mano hacia él y le hace señas para
que lo siga, después le da la espalda, camina hacia la esquina del muro externo
del cuarto de la televisión y desaparece.
Un momento…
¿extraterrestre?
Ese ser de baja
estatura vestido con un piyama amarillo y azul es su hermano menor, no un
extraterrestre.
¡Imbééééécil!
Un suspiro de
alivio es seguido por el ajuste inmediato de su desajustado cuerpo, excepto la
sequedad bucal. Camina siguiendo a su hermano. Al doblar la esquina ve que su
padre y su hermano, que no despegan la vista del enorme aparato, avanzan con la
misma lentitud con la que avanza el disco rojizo que ahora prácticamente está
sobre sus cabezas. Él se une al hombre y al niño, coge la mano de su padre,
quien baja la cabeza, lo mira (ya no tiene en el rostro esa expresión de
mongoloide embobado) asiente, le coge la mano a su otro hijo y vuelve a mirar
hacia el rojo artefacto de origen y tecnología desconocidos.
Caminan tomados
de las manos por un pasadizo de gras con una vereda de piedras entre el cerco
vivo que limita la propiedad de la casa y uno de los muros de la misma. El
objeto volador se mueve por encima de ellos, ha cambiado de dirección de manera
imperceptible. Parte de la enorme circunferencia está ahora fuera de la vista
del trío pues la estructura de la casa, hacia el lado derecho de ellos, evita
que sea visible. El pasillo lleva hacia la zona de los estacionamientos. Siguen
caminando, sin bajar la cabeza. De nuevo el objeto cambia de dirección, regresa
al rumbo anterior, pasados varios segundos pueden ver otra vez la totalidad de
la nave. Él, calmado ya por completo gracias a la seguridad de la mano paterna,
se esfuerza por distinguir algún detalle en el objeto. Pero es imposible. Es un
disco con una superficie que destella una luz roja que no ilumina y que no
muestra más que eso, un todo rojizo que…
(…):(…):(…)
…ya no está
allí.
Que ya no
está donde debe estar.
Ya-no-está-en-el-cielo.
No es
visible.
No lo ven.
No asciende a
una velocidad vertiginosa, no se desplaza en dirección alguna con la rapidez
del rayo, no desciende de forma abrupta en el terreno vacío que está al lado de
su casa: el enorme platillo volador de roja luminiscencia simplemente
desaparece.
Desaparece en
menos tiempo de lo que toma un pestañeo: está y luego no está, así de
imposible. Y, al desaparecer, la noche vuelve a la normalidad. Los insectos se hacen
escuchar, una lechuza emprende el vuelo, algunos murciélagos la siguen, uno que
otro perro ladra dos o tres veces, la brisa nocturna mueve con suavidad las
hojas de los árboles, el murmullo de la carretera se escucha otra vez, sus
oídos vuelven a escuchar el estado normal de una noche normal de verano en La
Estancia.
Los tres
permanecen quietos por varios segundos. Su padre camina hasta quedar parado en
medio del estacionamiento y al lado del Datsun BlueBird de la familia. El
hombre se lleva las manos a la cintura y empieza a mirar en todas direcciones.
Él y su hermano hacen lo mismo mientras caminan hacia el estacionamiento. El
enorme platillo volador de color rojizo no se ve por lado alguno. Claro, es
evidente, lo que desaparece no puede ser hallado. ¿Pero cómo es que algo así
sucede? Tiene los conocimientos elementales que un niño de siete años tiene
acerca de la física, pero incluso así se le hace inconcebible pensar en la
capacidad de evaporación inmediata de un objeto cualquiera, y menos de un
armatoste tan grande como esa enorme nave roja. Aunque, bueno, es un platillo
volador, ¿no?, es algo que viene de otro planeta, ¿no?, y esas cosas sabe Dios
qué tipo de tecnología tienen, ¿no?, por lo tanto es bastante posible que
desaparezca, ¿no?
¿O no es así
de sencillo?
Los tres
pasan varios minutos observando el cielo. Los tres pasan varios minutos
pensando cada cual y a su manera en el evento. Cada uno pasa varios minutos
absorto en sí mismo sin percatarse de los otros dos. Cada uno trata de razonar
en silencio la inusual y extraordinaria experiencia de esa noche.
“Vamos, es
tarde, vamos a dormir.”
Las palabras
de su padre lo sacan de sus pensamientos. El hombre los mira y los toma de la
mano.
“Vamos a
dormir.”
Caminan de
regreso al cuarto de la televisión.
Ninguno habla.
Ninguno
vuelve la mirada.
Ninguno levanta la vista.
El hombre los
hace pasar a la habitación, donde el televisor está apagado, empujándolos
suavemente. Cierra la puerta, le pone llave, cierra la ventana, apaga la luz de
la estancia, lleva a sus hijos al dormitorio que estos comparten, enciende la
luz de la lámpara y se sienta en la cama del hijo menor el cual se mete debajo
del cubrecama. Él también se arropa en su cama mientras piensa en el platillo
rojo. Sabe que su hermano hace lo mismo, y sabe que su padre también lo está
haciendo a pesar de estar mirando con atención como ellos se preparan para
dormir. Él se siente tranquilo. Más que tranquilo, se siente completamente
relajado, algo confundido pero nada más. Sabe que su padre y su hermano están
en el mismo estado que él.
Los tres.
En silencio. En calma. Conectados de alguna
forma.
Lo
percibe con claridad.
Unidos en un estado de comunión tal que es
capaz de sentir los pensamientos y sentimientos que experimentan su padre y su
hermano y sabe que ellos también sienten lo mismo y sabe que ellos saben que él
sabe.
Y los tres, sin decir palabra, sin hacer gesto
alguno, cruzan información sobre el avistamiento de esa noche y sacan una
conclusión perturbadora gracias a la facultad momentánea que poseen de poder
entrar en la mente de los otros, gracias a lo que en ese momento observan
dentro de sí mismos: no es que la nave desaparece, son ellos los que aparecen cuando la nave roja ya no está al
lado de su casa desplazándose en el cielo nocturno.
Al comprender
esto se miran durante varios segundos al tiempo que sigue la comunicación no
verbal entre sus mentes, saben que hay algo más en el acontecimiento de esa
noche, saben que hay algo más que exige una respuesta.
Y la
conclusión siguiente a la primera conclusión los deja perplejos.
No asustados, como se puede esperar en este
caso particular, pero sí por completo estupefactos.
“Buenas
noches papá.”
Su hermano le
da un beso en la mejilla al hombre y se mete debajo del cubrecama.
“Buenas
noches hijito.”
“Buenas
noches papá.”
Su padre se
levanta de la cama de su hermano, se le acerca y le da un beso en la frente.
“Buenas
noches.”
“Papá…
¿entonces…?”
“Mañana,
mañana hablamos, ya es tarde.”
“Sí papá.”
Su padre
apaga la luz de la lámpara y sale del dormitorio, cuya puerta deja abierta.
“Oye, ¿de
verdad…?”
“Shhh, no
pienses, mañana hablamos.”
“Está bien.
Buenas noches.”
“Buenas
noches hermanito.”
(…)+35:(…)+15:(…)+39
Su sueño es
profundo y tranquilo. Sabe que igual es el sueño de su hermano y el de su
padre, incluso sabe que su madre y sus hermanitas duermen con una paz absoluta.
La comunión mental, en toda la familia, es completa esa noche. Y se duerme
recordando todo lo que han vivido en
esa noche, todo, y pensando que al
día siguiente contará ese todo a su
madre y sus hermanas.
Durante el
desayuno dos de las tres mujeres de la familia (para la menor de la familia el
asunto carece de interés ya que mucho no entiende y se concentra en jugar con
el cereal que tiene en el plato) escuchan boquiabiertas y sin probar bocado la
narración de los tres hombres de la familia. Ellos hablan casi a trompicones,
se interrumpen una y otra vez, se corrigen, agregan datos, uno empieza por el
final de la historia, otro lo hace por el inicio, el otro lo hace por el medio y
la narración del acontecimiento es un galimatías incomprensible gracias además
a la incapacidad que tienen los tres en ese momento de controlar el volumen de
la voz y las gesticulaciones propias de cada uno lo cual hace pensar a madre e
hija que padre e hijos, en suma, han perdido por completo la chaveta. Razón esta
por la cual, y no por la naturaleza fantástica de la historia, que escuchan
boquiabiertas y sin probar bocado. Cuando acaban de contar su encuentro cercano
de primera fase, si es que tal cosa en medio de tanto desorden narrativo verbal
es posible, se hace un silencio absoluto.
Todos se
miran los rostros sin decir palabra.
“Papito, ¿y
por qué no me despertaste para ver el platillo volador?”
“Es que…
pues, no lo sé. No se me ocurrió.”
“¿Y por qué
no me despertaron a mi?”
“Pero mamá,
yo fui a tu cuarto y te sacudí y te sacudí y tu nada, no te despertabas, si te lo
acabo de decir. ¡Hasta te pusiste a roncar!”
“Mamita, ¿tu
roncas?”
“No, mi amor,
no ronco. Por eso es que no te creo, ni ronco ni tengo sueño pesado, si me
hubieras hablado me habría despertado.”
“Pero es
verdad, mamá.”
“Es cierto,
él en un momento desapareció…”
“¡Y yo lo fui
a buscar!”
“Sí, y
después regresó.”
“Es verdad,
mamá, entré a la casa y fui a tu cuarto, pero por más que movía no despertabas.”
“¿Me
hablaste?”
“Eh… no
podía, me asusté mucho, no me salían las palabras.”
“Eres un
miedica, eres un miedica…”
“¡Cállate ya!”
“Ya, está
bien, no le grites a tu hermana, calma. Es verdad, estamos diciendo la verdad,
eso fue lo que pasó, los niños y yo vimos algo fabuloso. ¡Pero si estaba sobre
la casa!”
Y vuelta a
empezar la atolondrada narración. Sólo que esta vez las dos mujeres toman sus
alimentos sin decir palabra alguna y la menor de las hijas mira a su padre y
hermanos y sonríe sin dejar de aplastar el cereal. Los tres hombres rompen
todos los moldes de comportamiento en una mesa y hablan y se mueven y gritan y
comen y farfullan al mismo tiempo. Cuando no tienen más que agregar siguen
comiendo y de nuevo el silencio reina en la mesa del desayuno.
“Y entonces,
¿qué pasó después?”
“Nos fuimos a
dormir.”
Madre e hija
miran a sus parientes como si estuvieran mirando a un trio de desconocidos,
cruzan las miradas, cruzan los brazos, se recuestan en sus sillas al mismo
tiempo como si fuera un movimiento ensayado.
“¿Se fueron a
dormir?”
“Sí.”
“Así nomás se
fueron a dormir.”
“Pues… sí,
así nomás.”
“¿Y no… no
hicieron algo, no hablaron sobre lo que vieron, no… no permanecieron despiertos
más tiempo? Porque si a mi me hubiera pasado algo así ni hubiera dormido, los
hubiera despertado a todos y tal vez hasta habría llorado y habría llamado a mi
mamá y mis hermanas o, no sé, no me hubiera ido a dormir.”
“Yo hubiese
hecho lo mismo mamita.”
“Sí,
princesa. ¿Se fueron a dormir?”
“Entonces no
nos crees.”
“No, no es
eso, es solamente que me parece raro que después de haber visto lo que dicen
que vieron solamente se hayan dormido, sin más, así como si nada, digo.”
Padre e hijos
miran a la mujer en silencio. Después se miran entre si, se comunican con
gestos y usando las manos, realizan un diálogo silencioso de unos segundos
después del cual el padre vuelve a afirmar lo antes afirmado.
“Nos fuimos a
dormir.”
“Bien, bien,
bien, este sí que es un misterio misterioso.”
“No es ningún
misterio, mujer, eso es exactamente lo que pasó, llevé a los niños a sus camas,
se metieron, me despedí de ellos, no conversamos, no nos dijimos nada y
simplemente nos dormimos .”
“Si tú lo
dices.”
“Yo también
lo digo, mamá, nos fuimos a dormir.”
“Sí, claro, ¿y
tú, Luchín, qué dices?”
“Pues eso,
estábamos viendo la película, tú te fuiste, y vimos antes las luces que te
contamos, pero tú después te fuiste, y después seguimos viendo la película y
después Diego vio el platillo y salimos y después yo entré a buscarte pero
estaba con miedo y no despertabas y después volví a salir y creí que había un
marciano pero era él y después seguimos viendo el platillo y después el
platillo desapareció y después regresamos y papito cerró la puerta y la ventana
y apagó la luz y nos llevó a nuestro cuarto y nos acostamos y papito se fue
contigo y…”
“¿Y quién apagó
el teleyisor?”
La pregunta
de la pequeña Silvia interrumpe la atropellada y comprimida tercera narración
de los hechos que hace su hermano mayor y trae un nuevo silencio al inusual
desayuno. La niña hace la pregunta con la mirada puesta en el plato donde con
sus manitas unta con mantequilla un enorme pan francés.
“¿Qué
dijiste?”
Sigue untando
el pan con gran concentración.
“¿Quién apagó
el televisor, pues?”
¿Cuál es el
sentido de esa pregunta? ¿Existe alguno? ¿Acaso tiene alguna importancia? ¿Es
algo a tener en consideración…?
El estómago
se le encoge.
“¿Quién pagó
el televisor papito?”
“Yo, pues… No
lo sé, es solamente que… que… No sé, creo que nadie apagó el televisor, eh, no
sé, eso no puede ser, supongo que fui yo.”
Una punzada
en la base del cráneo se extiende por toda su columna vertebral y le produce un
escalofrío que hace que su cuerpo entero tiemble por 3 segundos. De pronto una
luz de comprensión, así lo percibe, se extiende por toda su mente y empieza a
percatarse de cosas difusas, lejanas, oscuras, ajenas, olvidadas, y toda su piel adquiere una temperatura inferior de
manera repentina y a pesar de tener la boca por completo seca siente la
necesidad imperiosa de decirle a toda su familia algo muy importante pero no
sabe exactamente qué es eso tan importante.
“Papá,
espera, escucha, tú apagaste la luz del cuarto de televisión y cerraste la
puerta del jardín, y la ventana… pero no apagaste el televisor, y Diego
tampoco, y yo tampoco, el televisor ya
estaba apagado.”
“¡Es verdad
papá yo no lo hice!”
“Bueno, yo no
me acuerdo, pero uno de nosotros debió…”
La cabeza
empieza a darle vueltas y sin darse cuenta levanta un poco la voz.
“¡No, no, no,
papá, ya estaba apagado, ya estaba
apagado cuando nosotros entramos!”
“Luchín, ya,
no es para tanto, baja la voz.”
La vista se
le empieza a nublar.
“De repente
mamita lo hizo, ¿no mamita?”
“No,
princesa, si tu hermano dice que yo estaba dormida y roncando no pude haber
apagado el televisor, ¿no es cierto hijito?”
“¿Entonces
quién apagó la televisión, el malciano?”
Y en ese
momento lo recuerda.
En ese momento lo recuerda todo.
En ese
instante recuerda el todo.
Son las
palabras de su hermana las que abren un mecanismo de cierre que hasta ese
momento se comporta a la perfección. El recuerdo de absolutamente todo se dispara sin misericordia dentro de su cerebro
y le provoca, además de lo que físicamente ya sufre, un dolor de tal magnitud y
tan penetrante sobre el entrecejo que se lleva las manos a la frente, se la
aprieta con fuerza, gruesas lágrimas salen de sus ojos de manera incontrolada,
abre la boca para gritar pero no puede hacerlo por el horror que le provocan
las sucesivas imágenes que aparecen en vertiginosa pero para su desgracia
comprensible sucesión dentro de su cabeza durante un espacio de tiempo
imposible de mensurar hasta que todo se pone negro y un estallido sonoro y
luminoso al mismo tiempo seguidos por un lacerante ¡crak! me hunden en una helada
oscuridad como nunca antes pude haber imaginado, oscuridad de la cual, según mis
padres, salí varias horas después de haberles provocado un susto de muerte a
ellos y a mis hermanos.
Me había
desmayado en la mesa y estuve inconsciente durante algo más de ciento ochenta
minutos.
Mi cerebro se
apagó y no se volvió a encender después de unas tres horas.
Ahora pienso
que más bien fui yo mismo quien lo apagó, de alguna manera voluntaria, ante el todo
que en ese momento estaba recordando.
Un todo
que además logré encerrar con éxito durante el tiempo que estaba dormido en
algún recoveco oscuro de mi materia gris.
Encerrar, pero
no desechar.
Es una desgracia, tal vez, que la información
almacenada en cualquier parte que sea de nuestros crebros sea imposible de ser
eliminada.
Ese todo permaneció guardado hasta que se me
dio por poner en palabras escritas una experiencia que, en el peor de los
casos, hubiera calificado de extraña ya que en ningún momento había guardado
alguna sensación negativa por lo que mi padre mi hermano y yo vimos esa noche. De
hecho era el recuerdo más impresionante que tenía no solamente de mi niñez sino
de mi vida entera… en realidad, fuera de todo lo que sé hoy, sigue siendo el
recuerdo más espectacular que tengo de mi existencia hasta la fecha. Pero ahora
el aura de magia y fantasía que siempre acompañó este recuerdo (aura similar al
ambiente creado en “Encuntros Cercanos del tercer Tipo”) se ha opacado por
completo y ha mutado en una neblina oscura que me produce una sensación de
profunda angustia, que supongo corresponde a esa parte “olvidada” que ninguno
de los tres recordaba, o más bien que los tres quisimos enterrar y que para mi
pesar fue liberada de su encierro, de manera consciente o no, de manera
voluntaria o no.
Tal vez ni
siquiera yo mismo fui el responsable de esa liberación.
Esta aventurilla literaria ha terminado siendo
más de lo que hubiese esperado pues al hurgar en el pasado lo que pudo quedar
como el recuerdo marcado a fuego de un evento excepcional se ha convertido en
una olla llena de más preguntas impropias e insolubles de las que hubiera
deseado. Para mi pesar y el de los
involucrados. Mi hermano tiene un año menos que yo. Mi padre tiene treinta y
siete años más que yo. Yo tengo cuarenta y tres. Creo que el viejo es el que
más impactado ha quedado después de horas y horas de conversaciones acerca de
nuestro encuentro esa noche, supongo que por la edad que tiene y por su visión
muy particular acerca de la fenomenología OVNI, y ha decidido olvidar todo el
asunto pidiéndome además que no vuelva a tocar el tema en lo que le resta de
vida. Mi hermano se lo ha tomado con deportividad: lo que nos pasó nos pasó y
no hay necesidad de lamentarse, ahora sabemos más de lo que queríamos pero así
es la vida y no hay por qué torturarse con recuerdos de actividades
extrahumanas cuyos fines no nos interesan ya que la vida, simplemente,
continúa, y no está dispuesto a profundizar en el asunto más de lo que ya hizo.
Actitud comprensible y que quisiera adoptar.
Pero no
puedo.
No puedo
porque el todo aún no está por completo claro.
Ese todo,
ese conjunto de recuerdos almacenados en nuestros bancos de memoria cerebrales
está, por así decirlo, tapado por una cortina no muy traslúcida que no permite
ver con claridad el conjunto absoluto de la información, aunque la cortina en
sí tiene varias rasgaduras por las cuales hemos podido ver y comprender algunas
cosas, cosas que nos han sorprendido y asustado, pero han sido sólo imágenes,
algunas muy rápidas y otras más lentas, que nos han permitido hacernos una vaga
idea de lo que realmente pasó en ese tiempo perdido cuando pensamos que la nave
roja que estaba sobre nuestras cabezas había desaparecido. Comprendí algunas
cosas, pero no entiendo un puto carajo del todo,
no logro enlazar y construir un conjunto comprensible y articulado de lo que
nos pasó, de lo que me pasó, y eso me
frustra, me frustra no saber, me molesta muchísimo no poder saber. Podrán pensar que esto ya es una majadería (o
algunos de ustedes pensarán que esto no es más que una tomadura de pelo, algo
que no es así) y que mejor es dejarlo allí, total, lo pasado pasado es y si no
se puede cambiar mejor no hacerse bilis y si ese pasado es causante de
emociones negativas para que seguir hurgando en el. ¿Para qué?
Eso, en palabras escritas, suena lógico. Suena
saludable.
Yo no
puedo hacer algo así.
No hay
forma.
Si la
curiosidad mató al gato créanme que yo ya tengo de regalo más de las siete
vidas correspondientes (y estoy escribiendo en casi en metáfora). Una de mis
grandes debilidades es la curiosidad, me gusta saber, me encanta saber, en
realidad me fascina conocer a fondo aquello que me interesa, que me inquieta o
que me perturba (debilidad que me ha causado y que, asumo, me seguirá causando
muchos problemas). Y, bueno, en este caso particular… pues estoy en grandes dificultades.
Necesito saber todo.
No voy a maldecir el día en el
que con inocencia absoluta me aventé a escribir sobre el avistamento de un
vehículo perteneciente a otro mundo que se desplazaba a velocidad de tortuga
sobre mi casa de La Estancia. Algo así sería una completa pérdida de energía
mental.
Pero de verdad quisiera que ese día no hubiera
existido.
De ahora en adelante, y hasta
que no resuelva este mal hallado tinglado, voy a estar pensando continuamente
en lo que está encerrado en el todo que permanece en tremenda parte
oculto para mí. Me conozco, va a ser así. No hay forma de evitarlo. No voy a
poder hacerlo. Tal vez así pueda explicarme de una vez por todas por qué casi
siempre que paso por el arco de seguridad de los aeropuertos habiéndome sacado
todo metal del cuerpo el pitido nunca cesa (cosa que no sucede con los
detectores portátiles que usa el personal de seguridad). Tal vez así pueda
explicarme por qué los murciélagos han salido espantados cuando he entrado a
alguna cueva para hacer fotos de estos mamíferos (de hecho no lo he vuelto a
hacer desde la tercera vez que sucedió). Tal vez así pueda explicarme por qué a
veces los bombillos eléctricos se echan a perder cuando los estoy enroscando en
una lámpara (cosa curiosa que no sucede con los bombillos ahorradores). ¿Tal
vez así pueda explicar por qué los gatos desconocidos se me echan encima y
ronronean sin parar mientras que lamen mis manos (esta sería una “consecuencia”
bastante agradable y de la que no tendría por qué quejarme)? Tal vez, tal vez y
otros tantos tal vez. Sí, son muchos, de los cuales no me había preocupado y a
los que tenía por extravagantes curiosidades. Pero ahora pienso que guardan una
relación con el todo (ni mi padre ni
mi hermano han manifestado o manifiestan algún tipo de “curiosidad” similar, o
por lo menos no me lo han querido decir). Muchos “tal vez” que exigen
respuestas. Mi hermana me ha sugerido que me someta a hipnosis regresiva. No
pienso que sea una mala idea. De hecho me podría ayudar a solucionar el oscuro acertijo.
Y lo quiero hacer, mi casi suicida deseo de saber me va a llevar a ese o a otro
método de excavación en el inconsciente tarde o temprano…
¿Lo quiero hacer?
Tengo miedo.
Tengo mucho miedo.
Por primera vez en mi vida
tengo miedo de conocer algo.
Tengo miedo de saber qué es lo que en realidad
me sucedió dentro de esa nave (y lo
que le sucedió a mi padre y a mi
hermano) cuando tenía apenas siete años de edad.
Siete años… la edad que tiene
mi hijo actualmente. Al tener conciencia de esto, al darme cuenta de cómo es
que es mi hijito y por extensión cómo es que es un niñito o niñita de siete
años de edad es por dentro, poseedores de esa hermosa inocencia infantil de los
pocos años vividos, y al asimilar que cuando pasó lo que pasó yo
tenía siete años los ojos se me han llenado de lágrimas y he llorado con dolor
y amargura.
Siete años.
¿Quién, venga de donde venga, tiene el derecho de causar
semejante dolor a un niño de siete años? ¿Cuál es el grado de horror al cual
puede ser sometido un niñito de siete años antes de volverlo loco por completo?
¿Dónde están los límites de la investigación inteligente sea cual sea la
criatura a la que se está investigando?
Sea como sea, tarde o temprano,
voy a llegar saber lo que nos pasó esa noche.
Necesito saberlo para regresar
al estado de paz en el que vivía antes de querer escribir todo esto.
Es parte de mi naturaleza, mi
maldita y peligrosa curiosidad innata.
¿O no es innata…?
Tal vez esa curiosidad se
desarrolló por otra causa, por una causa oculta que a la larga impulsaría mis
ansias de aprender, mis deseos de saber, mi necesidad de siempre expandir los
límites de mis conocimientos.
Una curiosidad incubada que tal
vez, tal vez, esté destinada a un fin
que no logro comprender.
Y tal vez, a pesar de todo, a
pesar del dolor y del horror que en algún momento sufrí y que voy a descubrir
en su total amplitud, tal vez… Tal vez,
supongo, que más adelante tenga que dar las gracias.