La Llamada
He aquí algo procedente de mis lejanos tiempos en el siglo pasado. No me acuerdo en qué año lo escribí. Debe haber sido entre 1995 y 1997. De lo que estoy seguro es que lo hice de un tirón y precedido por una ociosa pregunta a la cual apliqué el principio de "qué pasaría si". De lo que también estoy seguro es que lo hice por pura diversión, sin ninguna aspiración mayor. También estoy seguro de que le agradó a muy pocos de los que lo leyeron. Y por último estoy muy seguro de que eso no me deja sin sueño: a mi hasta ahora me da mucha risa.
¡Blingblingbling!
¡Blingblingbling! ¡Blingblingbling! ¡Blingbli...!
-¿Aló?
-Aló.
-Sí, aló.
-¿Aló?
-Sí, estoy contestando, aló.
-...
-¡Aló!
-Este, disculpe... ¿está despierto?
-Si estoy contestando claro que... ¿Quién es?
-Este... bueno... ¿está molesto?
-Oiga, señorita, ¿sabe qué hora es?
-No.
-Pues yo sí: es hora de dormir. ¿Con quién desea hablar?
-¿Quién?
-¿Quién qué?
-¿Quién desea hablar con quién? Usted preguntó.
-¡No...! Con quién quiere usted
hablar.
-Ah, bueno... Con usted.
-Ya. ¿Se puede saber con quién tengo el gusto?
-Ah... No se lo diré.
-¿¡Cómo dijo!?
-Pero tengo algo que decirle.
-Oiga, es hora de dormir, ¿¡entiende!?
-Sí, sí, pero... Es muy importante.
-Escúcheme, no estoy para idioteces, así que váyase a...
-¡No, espere, no entiende, es muy importante!
-¿Me va a decir quién es usted?
-Eh... No... eso no importa.
-Seguro que es una de esas tontas que quiere que la instruya acerca del
Cosmos. ¡Ya hice un programa de televisión sobre eso!
-No soy una tonta y no me gusta su televisión.
-Adiós.
-¡No!
-Maldición, no es hora de bromas, señorita, mañana tengo trabajo en el
observatorio y en una película ¡y no estoy para bromas estúpidas!
-¡Yo tampoco! Este... tengo que... decirle algo muy importante. Muy
im-por-tan-te.
-Claro, ¿y por qué a mí?
-Porque usted es la persona indicada...
-Otra loca de esas. Adiós, buenas...
-¡¡¡NO!!!
-¡Maldita sea, no vuelva a gritar!
-Eh... lo siento.
-Ahora voy a colgar, y dormiré, y usted también colgará y dormirá y se
acabó.
-Seguiré llamando.
-Pues desconecto el teléfono, señorita lista.
-¿A sí? Y que tal si... si se ganó la lotería y lo llaman, ¿eh?... que
tal si un amigo llegó de viaje y quiere que lo recoja, ¿eh?... ¡que tal si se
presenta una emergencia y lo necesitan con urgencia!, ¿eh?
-¿Qué quiere?
-Tengo que... eh... decirle algo muy importante.
-Adelante.
-¿De dónde?
-¿De dónde? ¿Qué le pasa?
-Usted dijo adelante, y yo, pues... ¿Adelante de dónde?
-¡No...! Que hable, que me diga eso taaan
importante.
-¿En serio?
-Vamos, ya dígalo de una vez, me muero de la curiosidad.
-Señor, si se va a burlar de mí no le digo nada.
-Está bien, hable.
-Eh... ¿Está sentado?
-Estoy echado.
-Perfecto. ¿Su mujer?
-¿Qué pasa con ella?
-Bueno... ¿Está con usted?
-Durmiendo, bien dormida. ¿Quiere que la despierte?
-Oh, no, no es necesario. Solamente se lo diré a usted.
-¿Y bien?
-¿Y bien qué?
-¿Me lo va a decir o qué?
-¡Ah, claro! ¿Preparado?
-Sí.
-Bien... eh... pues, este... Aquí voy. Ya. Yo, una chica profesional y
con mucha cultura le voy a revelar a usted, sólo a usted, El Secreto De La Existencia. ¡¡¡Ta-taaan!!!
-...
-¿Aló?
-¿Qué has fumado, niña?
-Eh... Oiga, ¿cómo sabe que...?
-Buenas noches, no ha sido un...
-¡¿ES QUE NO QUIERE CONOCER EL SECRETO DE LA EXISTENCIA?!
-¡No grites!
-¿Es que no quiere conocer El
Secreto De La Existencia?
-Tal vez, pero ni tú, ni nadie me lo va a revelar.
-Pero es que yo sí se lo puedo revelar.
-¿Eres cosmóloga, astrónoma, matemática?
-Pues... creo que no soy nada de esas cosas. Verá, yo soy...
-Entonces, nada, no sabes nada de nada mientras que yo podría darte una
cátedra que estoy seguro no entenderías.
-Eh... Pero es que yo
lo sé, yo lo sé todo.
-¿Cómo es que lo sabes todo?
-Eh... yo... lo sé desde... Digamos que desde la primaria.
-Buenas noches.
-¡NO, NO, NO! Disculpe. Mire, en realidad yo no se lo voy a decir, sólo
le voy a ayudar a verlo por usted mismo. Es muy fácil que lo descubra. Sólo
tiene que seguir mis instrucciones.
-Ya basta. Mañana tengo que...
-¡Señor, mañana podría cambiar al mundo! El Secreto De La Existencia
revolucionará todas las ciencias conocidas, afianzará las pseudo ciencias y
descubrirá otras inimaginables. Todo el planeta, la Humanidad entera se
beneficiará. ¿No es eso acaso importante?
-No soy un altruista.
-Por favor, hágame caso.
-Pero después colgamos.
-Sí, se lo prometo.
-Bien. ¿Qué tengo que hacer?
-Este... ¿puede ir hasta un espejo?
-¿Tengo que levantarme de la cama?
-Es que... tiene que ser un espejo grande, como los que tienen en los
baños. Uno chico no sirve.
-Pero... ¡Qué diablos! Señorita, me estoy levantando, de todas maneras
tengo que orinar. Ya, estoy en el baño, prendo la luz y, ¡oh sorpresa!, hay un
espejo.
-¿Se puede ver todo?
-Sólo hasta la cintura.
-¿Cómo, es que no puede verse la cara?
-Desde-la-cabeza-hasta-la-cintura.
-Ah, ya.
-Ya, apúrese, quiero orinar.
-Después de lo que va a descubrir se le van a quitar las ganas de
orinar.
-Sí, sí, venga.
-Yo... eh... no puedo.
-¿Y ahora qué?
-Es que estoy muy lejos.
-¿Qué dice?
-Es que usted me dijo que vaya para allá.
-¡No! Venga, que me digas lo que quieres decir.
-Ah, ya.
-“Ah, ya.”
-Bien. Eh... Escuche atentamente
lo que le voy a decir, son instrucciones. Tiene que cumplirlas al pie de la
letra. Primero, se va a colocar frente al espejo, muy derecho, con la mano
izquierda...
-Ajá... sí, claro, ¡claro que puedo! ¿Qué? Espera, repíteme eso... ya,
tres palabras que... ¿Cómo...? ya, concentración, claro... Sí, es sencillo. Y
después a dormir, ¿no?
-Mire, señor, si no lo toma con la seriedad necesaria no va a conocer
El Secreto De La Existencia.
-Chica, lo haré tan en serio como pueda.
-¿Lo hará?
-Claro, ¿qué voy a perder?
-Este... Bien, hágalo.
-Ahí voy.
...
-¿Señor?
...
-¿Profesor Sagan?
-Yo... pues... no sé, hay algo.
-¿Puede verlo?
-No lo... sé... es, es tan...
-Concéntrese, profesor Sagan.
-Yo... yo lo sabía... siempre...
ahí, ahí está...
-No pierda la concentración, está a punto de comprenderlo.
-Es... oh... No...
-¡Lo comprendió!
-...pero es, es tan
obvio... Sí, ¡sí! ¡¡¡SÍ!!!. Lo sé, ¡Lo
sé!
-¡Él lo sabe, Barton, lo sabe!
-¡LO SÉ! ¡¡¡LO SÉ!!! Yo... Pero,
no...
-¿Profesor Sagan?
-No, ¡no!, ¡¡¡NO!!! ¡¡¡NOOOOOOOO!!! ¡Aaaaaaaaah! ¡¡¡AAAA...!!!
Tuuuuuuuuuuuuuuuuuu...
¡Click!
-Otro que perdimos. Pero, ¿por qué no pueden asimilarlo, por qué todos
acaban así?
-Mira –Barton, arrellanándose en la butaca giratoria, volvió a aspirar
la pipa de agua–, son unos tontos, todos esos científicos son unos estúpidos
con ideas estancadas.
La extraterrestre se adelantó hacia él y lo penetró con la mirada
inquisidora de sus cinco ojos multifacetados, todos hinchados.
-¿Y cómo es que tú no te volviste loco?
-Porque esto –le dio la pipa– me da lucidez, comprensión, apertura
mental, un gran fluir de ideas. Vengo fumando esta maravilla desde hace varios
años y te juro que no uso otro tipo de cosas, y de no haber sido por esto, y
por las ventanas que me ha abierto, después de lo que me revelaste estoy
seguro que yo también habría perdido la razón. Amén.
Ella dio una buena aspirada con su apéndice de succión. Todo lo que
quedaba en el pocillo de la pipa de agua se consumió. Después de experimentar
el efecto del humo (efecto que venía experimentando desde hacía setenta y ocho
horas terrestres continuas y que causaban en su organismo una sensación
bastante extraña pero, eso sí, por Gran Ulath, demasiado buena para ignorarla)
se desparramó sobre el asiento de control de la nave. El planeta azul se veía a
través del gran ventanal, destellante, soberbio, más hermoso que nunca (de
hecho en las últimas setenta y ocho horas terrestres la hermosura del planeta
había ido creciendo por una razón para ella desconocida). Barton se levantó y
fue hasta la mesa en la que se encontraba su mochila. Sacó una bolsa de cuero.
De ella extrajo un paquete envuelto en plástico, lo abrió y extendió la hierba
seca y algo rojiza en la mesa. Se sentó y comenzó a desmoñar la marihuana.
-Pero insisto en que por lo menos con uno nos tiene que resultar.
-Ya vamos siete mil ciento cincuenta y seis, Barton, y ninguno
resistió.
-Una muestra insignificante.
-Si seguimos así, pues, vamos a exterminar a la dirigencia científica
de...
-¿Sabes que eres extremadamente hermosa?
-¿Ah...? ¿En serio?
-Te lo juro por el espacio.
-¡Grunf, grunf,... grunf, grunfi! –mientras reía su piel
cambiaba aceleradamente de colores. El terrestre era muy ingenioso, tierno, la
divertía. Tal vez...
-¿De qué te ríes, preciosa?
-¿Eh? Ah... pensaba... Bueno, nada. Este... quiero más.
-Seguro, chica, seguro.
Barton llenó la pipa, la encendió y aspiró una cantidad moderada. Lo
suficiente para seguir manteniendo el control de la situación. Después se la
pasó al repugnante ser que tenía delante, quien cogió la pipa con una de sus
garras y extendió su apéndice de succión para aspirar aquel humo que le
producía una sensación demasiado buena para ignorarla y ¡al diablo con el
programa de investigación, esto es mejor, por Gran Ulath!
-Muy bueeeeena –dijo con una voz gutural y seca.
-Ya.
-Muy bueeeeena, sí. Bien... este... En la lista tenemos a...
¿Quién es Stephen Hawkins? ¿Sería bueno hacerle...?
Barton sonrió y cerró los ojos para evitar que el ser viese la malévola
luz de satisfacción que brillaba en sus pupilas. Cada vez, el fin,
estaba más cerca.
-¿Una
llamada? ¡Pero por supuesto!